Nada en estas idílicas calles empredradas y preñadas de abundante cartelería, trasudantes de historia y sobrestimulación cultural constante, embebidas de patrimonio, furia, belleza, ruido, música y una algarabía performativa que exige la constante celebración de la vida, está oculto. En el Festival de Aviñón, referencia indiscutible en el terreno de las artes escénicas contemporáneas cuya primera edición –este año celebra la número 78 y acoge al español como lengua invitada– se remonta a finales de la década de los sesenta, todo lo que necesita ser visto se manifiesta hacia fuera, como esos fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas de Kerouac. «Te hemos visto a ti», respondemos al unísono los compañeros de Prensa que nos encontramos en este enclave orillado por el Ródano que antaño fuera sede de los papas católicos cuando la actriz Belén López del Amo nos pregunta entusiasmada si hemos visto la obra en la que ella ejerce un papel protagonista clave.
La respuesta colectiva no tendría mayor relevancia afectiva si no fuera porque esta madrileña de 25 años es ciega de nacimiento. Creció sin saber cómo era el mundo y gracias a la interpretación está aprendiendo a identificar sus extrañas formas. «Hay algo bonito en juntar la ceguera de las cosas que no vemos aunque las tengamos delante con la ceguera de verdad. Creo que le da un poder diferente a la historia, la hace más real», asegura la encargada de dar vida al personaje de Nina acerca del basamento de la nueva propuesta de Chela Ferrari, una libérrima y sensible –que no sensiblera– versión de «La gaviota» de Chéjov, con la que el CDN participa por primera vez en el festival y estrena una producción propia fuera de su sede con el objetivo de contribuir a la internacionalización del teatro en castellano.
La directora peruana, conocida por su adaptación de un [[LINK:EXTERNO|||https://larazon.es/cultura/20210316/yfl4zlijlvdwtmsqjl5wbsbzxi.html|||«Hamlet» para ocho actores]] con síndrome de Down, recalca que «son nueve intérpretes ciegos o con discapacidad visual sobre el escenario. Es muy resaltable el hecho de que tanto el CDN como el INAEM apuesten por esta obra. Y sobre todo muy emocionante que los textos se renueven gracias a otras corporalidades, a otras formas de concebir el mundo». Algo compartido con el mismo nivel de calor y hermanamiento por parte de la directora del INAEM, Paz Santa Cecilia Aristu, quien subraya que esta obra «es una apuesta grande a nivel artístico con estos artistas con discapacidad visual, una apuesta porque los cuerpos diversos y las capacidades diferentes estén en escena y un nivel de compromiso coherente con la línea de acción del CDN, que ha integrado en su programación a artistas con capacidades diferentes desde hace tiempo y lo ha naturalizado, no normalizado, que es una palabra que no me gusta para referirme a ello». Y es que, en efecto, Ferrari integra las capacidades diferentes del elenco sin incurrir en esa acostumbrada mirada sensacionalista ejercida hacia el diferente o sin sumarse al oportunismo de la inclusión forzada en las representaciones culturales. Chela confiesa que trabaja una o dos veces al año, «no más», porque el tiempo para ella arrastra un envoltorio venerado de respeto y paciencia. Es algo más que sagrado: obligatorio. «Antes de este proyecto hice ‘‘Hamlet’’ con ocho actores con síndrome de Down y ese proyecto nació no porque estuviera pensando que quería trabajar con la discapacidad, sino porque soy una admiradora, como cualquier director, de la obra de Shakespeare. Estuve años buscando al actor idóneo hasta que aparece Jaime Cruz, un chico que trabajaba como acomodador en el Teatro de la Plaza que dirijo en Lima vendiendo programas y su sueño era ser actor. Un día –prosigue–, en un evento interno se presenta como actor en vez de como acomodador y decido tomarme un café con él y me cuenta su sueño. Por alguna razón, durante ese largo café y después de enfrentarme a todos mis prejuicios, vi a Jaime con la corona de príncipe. Pensé: ‘‘Podemos renovar las palabras de Hamlet, el ‘‘ser o no ser’’ puede tomar un nuevo sentido. ¿Qué significa ser para personas que no tienen capacidades neurotípicas y no tienen un espacio en la sociedad? Aquí descubrí que la palabra que tenía que destinar a ese proyecto era ‘‘confianza’’». Y se dio cuenta «de que era muy poderoso poner un texto de gran valor en manos de un colectivo de personas a las que no les damos valor y en ‘‘La gaviota’’ ha pasado un poco lo mismo», señala. Con una clara pretensión de impulsar una resignificación de las palabras, una interpretación renovada del valor del contenido, Ferrari indica sobre el germen que «quería hacer yo misma una audiodescripción para ‘‘Hamlet’’ y necesitaba que personas ciegas la escucharan y me hiciesen críticas. Así que contacté con un grupo de teatro amateur que se llama SinVERgüenza y que está conformado por un grupo de trece actores y actrices ciegos o de baja visión. Ahí empezó nuestra relación y pensé que estaría bien hacer algo».
Esa idea se quedó macerando en la cabeza sensible y explosiva de Ferrari hasta que tiempo después, cuando el CDN le propone un montaje, recuerda a este grupo de SinVERgüenzas, considera apetecible la posibilidad de hacer algo con ellos y «dos segundos más tarde pienso en ‘‘La gaviota’’». Porque, tal y como defiende despidiéndose, «los personajes de Chéjov no ven la realidad que habitan y me parecía interesante que actores ciegos vieran a sus personajes con humor, irreverencia y compasión». Nosotros, mientras, vemos a Belén, a Antonio, a Domingo, a Lola, a Patty o a Emilio, porque, en el fondo, nunca dejamos de hacerlo.