“Cada verano, llenan vuestras playas. Se beben toda vuestra cerveza. Hacen un desastre en vuestras plazas. Comen desayunos fritos todo el día en lugar de vuestra maravillosa comida. Se jubilan en vuestras ciudades y se aprovechan de vuestros servicios públicos. Tiempo de revancha: ¡salvadnos de una victoria de Inglaterra (o nunca dejaremos de escucharla)!”. Con esta portada, el tabloide ‘The National’ animaba a la Selección española de fútbol a vencer a Inglaterra en la final de la Eurocopa. Una lista de clichés sobre todos los 'pecados' que los ingleses cometen en España. Faltaba uno: el famoso balconing. Y, si algún lugar ha sufrido este mal inglés por excelencia, este es Magaluf. “Los hoteles de Mallorca mañana por la mañana”, ironizaba un usuario de X (antes Twitter), que adjuntaba una foto de Los Simpson donde un personaje recoge el cadáver de otro en una piscina, y que contribuyó a que Magaluf fuera trending topic toda la noche tras la victoria española.
Los minutos 47’, 73’ y 87’ hicieron llegar al éxtasis a los seguidores de la selección española e inglesa de fútbol durante la final de la Eurocopa 2024 en todo el mundo, sobre todo en Magaluf, donde ya a las ocho de la tarde apenas había nadie aorillado en la playa, sino frente a las pantallas de los bares, las terrazas y las plazas que apelotonaban a los hinchas de un equipo y otro. Al final, fue la afición española la que se entregó a la fiesta tras la victoria del combinado de Luis de la Fuente por dos goles a uno. Una botella de champán se abrió en los locales que acogían a los agraciados a la vez que un saxofón hacía sonar ‘Paquito el Chocolatero’. Los coches comenzaron a pitar y la masa siguió vociferando “campeones”, aunque con acento algo más inglés que en otras partes del planeta.
Antes de que el equipo español confirmara su liderazgo en la cima del fútbol europeo, Adriana y Daniela, de 14 y 16 años, habían decidido pasar con sus familias la experiencia deportiva entre los turistas que se agolpaban a lo largo de Punta Ballena, uno de los puntos álgidos del ocio nocturno del municipio de Calvià. “¡Así tiene más gracia!”, decía una de ellas sentada frente a una pareja con las camisetas de la selección contraria. “Lamine Yamal tiene 16 años y ya es una joya”, destacaban de la plantilla de La Roja. Pero, de fondo, como un recordatorio, los altavoces de los locales circundantes hacían cantar en voz grito a sus clientes clásicos como ‘Sweet Caroline’, ‘Don’t look back in anger’ o ‘Let it be’, para arengar y animar los ánimos de la masa inglesa antes de la hora clave.
Como para ellas, vivir el partido con los propios del país era un atractivo para David y Sara, una pareja que, como si una especie de excursión familiar se tratara, habían traído a su hijo y a sus sobrinos, Tirso, Guillermo y Kirk, a pasar la tarde en esta localidad donde, según las previsiones de la Guardia Civil, se esperaba congregar a alrededor de unas 2.000 personas. “Nos remueve el espíritu español”, afirmó David, que había cedido a las peticiones de sus sobrinos recién llegados de Barcelona para ver el partido aquí en vez de gozar de la tranquilidad de Palma, a apenas unos kilómetros. Presos de la emoción, corrían de un lado a otro, ondeaban la bandera rojigualda a sus espaldas, con tal fuerza que esos ánimos parecían lograr traspasar las fronteras y llegar al Olímpico de Berlín.
Con tal cantidad de gente, había más control, más seguridad y, sobre todo, más tiendas engalanadas con banderas, camisetas, adornos, sombreros de copa y viseras que vestían a cualquier aficionado que se preciara, como las diademas decoradas con pompones rojos y pelotas de fútbol de Abby. Su marido lo tenía claro: “England is gonna win! Simple like that!”, y ella, junto a su amiga Hannah, solo esperaba que los de Gareth Southgate cumplieran, aunque fuera solo por ahorrarse las llantinas de la madrugada. “Tenemos seis críos entre las dos y están obsesionados con que ganen”, comenta. Y, aunque no paraban de hablar del británico Jude Bellingham como una de las grandes promesas de la liga inglesa, admitieron que esperaban que Yamal marcase... “¡Pero que gane Inglaterra!”, puntualizó.
Los polos blancos impolutos contrastaban contra el tono rojizo de algunas pieles y, frente a la retransmisión en directo de la BBC Sport que ofrecían algunos de los establecimientos, había familias, parejas y grupos de amistades que no tenían ni un solo bocado de comida ante ellos. De repente, el estómago se había cerrado y la fatalidad se cernía sobre la noche: Nico Williams había marcado en la segunda mitad del encuentro y los gritos españoles de “¡gol!” habían quedado disueltos rápidamente entre el público silencioso, pues el dolor ajeno hay que respetarlo... Por lo menos hasta que termine la contienda.
A unos metros, cerca de un cuasi anfiteatro romano improvisado por sillas de plástico que se colocaban en semicírculo ante una pantalla gigante, estaban Javi y Mari, los dueños de un estudio de tatuaje aledaño, cuyo cierre siempre está programado a las seis de la mañana, pero esa noche con más motivo que nunca. “Si ganan los ingleses, van a venir más a tatuarse y, si no, vendrán a taparse la Eurocopa que les hice a muchos de ellos”, se ríe Javi bajo las guirnaldas rojas y blancas que han colgado entre las farolas de la calle. Es oriundo de Madrid y se declara fan del Atleti, pero este domingo se ha colocado dos globos inflados en la entrepierna, dice, en honor al lateral del Chelsea, Marc Cucurella. No estaba muy convencido del rendimiento de la Selección española, pero a medida que han ido ganando confianza partido a partido, se ha convencido a sí mismo de que, sus contrarios, “se van a ir calentitos para casa”.
Más allá de las afrentas, siempre hay lugar para tender puentes, como sugirieron Jeff y Kim, dos amigos venidos de la ciudad de Hull, que prefieren ver el fútbol como una forma de esquivar temas espinosos, la política, para coincidir en que, gracias al deporte, se “entienden mejor así”. Relajados por las vacaciones, admitieron que los españoles “son buenos”, pero defendían con determinación que su equipo tiene “un juego más seguro” y que, a pesar de lo que digan, “cada día mejora más”. Una concesión que también es dada por Eve y Charlie, una joven pareja de Manchester que pasa unos días por Alcúdia disfrutando del ciclismo y las largas tardes de verano, aunque en la terraza, armados con las gafas de sol y crema solar, se resignan a que la fe sea suficiente para alcanzar la victoria y que “ojalá encuentren la manera de ganar”.
Si bien hubo algo de esperanza durante unos minutos gracias al gol de Cole Palmer en el 73’, los cánticos se terminaron pronto en el 87’ ante la sentencia definitiva de Mikel Oyarzabal. “¡Fuera de juego!”, gritaban muchos, “¡falta!”, protestas ante los planchazos de los jugadores, que el cronómetro no daba tregua y se mascaba la tragedia en la recta final del partido cuando solo se sumaron cuatro minutos para dar por finalizada la tortura.
Entre tanta tragedia, siempre hay lugar para la anécdota, como los veinteañeros que se intercambiaban su número chapurreando en inglés y en español algunas palabras o la sonrisa irónica de una pareja de Wales. “No entendemos nada de lo que dicen”, decían de los gritos de sus compatriotas ingleses y, vestidos con camisetas hawaianas, solo aseguraron que se irían “tranquilamente” de vuelta a su apartamento a celebrar el resultado, fuera cual fuese. Y así fue, con un “adiós, amigo, adiós” se internaron en la masa que pronto se diluyó cuando el encuentro llegó a su fin, dejando un 2-1 a favor de España contra todos los pronósticos que fueron anotados por la tarde: un 5-0; un 2-3; un 1-4... Ni una porra acertó.