Los testimonios de las misioneras Ana en Kinshasha, Carmen en Bamako y Aurelia en Yaundé ya me adelantaron la bomba demográfica que no ha hecho más que estallar. Las lágrimas de Valerie en Yamena o Uli en Mbour me lo ratificaron: yo habría hecho lo mismo que sus hijos. Conocí a Valerie y su bebé en el aula de un colegio de la Fundación Ramón Grosso a las afueras de la capital del Chad. Salió huyendo a pie de la República Centroafricana. «Intentamos salir del cuarto mundo para llegar al tercer mundo», me dijo. Con su niña en brazos, me narró cómo durante un viaje atroz, algunas madres abandonaron a sus hijos barones en la sabana para que no cayeran...
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