Al padre de Vicente Engonga, cuando llegó a Cantabria a jugar al fútbol desde Guinea, le llamaban «El negro». «Mi padre, que yo sepa y por lo que me dice la gente, fue el primer negro que pisó Cantabria en el año 58», contaba su hijo Vicente en una entrevista en Jot Down. «Imagínate el shock que fue para los españoles de los cincuenta. Yo ya soy de otra época, pero a mi padre le tocaba la gente para ver si estaba pintado», continuaba Vicente Engonga, el hijo que con más éxito siguió sus pasos Fue futbolista profesional y acabó jugando en la selección española. «Nunca me planteé ser internacional y jugué en Primera División sin planteármelo», asegura a «LA RAZÓN». «Yo fui dando pasos y mi crecimiento no fue pensando en jugar en la selección». Pero llegó.
Antes de él no mucho antes, había estado Donato, que era brasileño y se nacionalizó para jugar con España. Vicente Engonga, que estuvo en el Valladolid, el Celta, el Valencia, Mallorca y Oviedo, fue el primer hijo de inmigrante de color que debutó en la selección española. «Pero nunca pensé que podía ser internacional, todos los jugadores a los que me enfrentaba me parecían mejores que yo. Lo único que quería era pelear, competir y no hacer el ridículo», recuerda ahora.
En julio de 2010, después de que España ganase el Mundial, este periódico le preguntó por qué esa selección campeona del mundo solo la formaban jugadores blancos, cuando en otras selecciones europeas hacía tiempo que no era así. Hace 14 años, lo vio con una claridad que asombra cuando se lee ahora: «En España no podemos hablar aún de segundas y terceras generaciones», decía entonces. «Solo de una primera generación que ha llegado por motivaciones económicas y de trabajo. Serían estas segundas generaciones, los hijos de estos inmigrantes que están ya en nuestro país, y educados en colegios españoles, socializados en nuestra sociedad, con educación deportiva, los que pudieran formar parte en un futuro de la selección española de fútbol o de cualquier otro deporte», acababa una reflexión que ha resultado ser una profecía.
Marcos Senna fue campeón de Europa en 2008 con la selección de Luis Aragonés, pero como en el caso de Donato, era un futbolista brasileño que se nacionalizó. El domingo, la España de Nico Williams y Lamine Yamal puede conquistar su cuarta Eurocopa, sin ninguna duda la más multicultural de todas, la de los hijos o nietos de los inmigrantes establecidos y crecidos en España. En el caso de Nico, sus padres cruzaron a España jugándose la vida; en el caso de Lamine, la primera que llegó fue su abuela Fátima, que fue de Tánger a Madrid para cuidar a un señor y después terminó en Barcelona. Y allí se llevó a su familia.
«Si tienes la perspectiva de la vida se podía ver que iba a pasar eso», comenta ahora Engonga. «En España, en aquellos momentos, no había tanta inmigración de la zona de Malí o Senegal, era más tema del Norte de África o guineana. Esa era la lógica en ese momento. Pero han pasado quince años, hay niños que han llegado a España, se han criado aquí y otros han nacido aquí», continúa Vicente Engonga.
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La presencia y la importancia de Williams y Yamal ha provocado reacciones en España, que se enfrenta a su realidad, lo que es ahora. «A mí me enorgullece ver una Selección española con diferentes colores en la piel, distintos orígenes, gente que se deja la piel por ganar la Eurocopa», decía en Radio Marca el ministro Bolaños.
Engonga debutó en 1998, cuando Camacho llevaba la selección y al final disputó 14 encuentros con España y marcó un gol. El año que debutó y marcó ese hito en la selección, el padre de Lamine Yamal tenía 6 años.