Hasta que descubría que el sarcasmo curte pero que se tiene que emplear con cuidado el niño tenía que morderse los labios muchas veces para no llorar. Si lo conseguía. Sucedía cuando se pedía algo que en su imaginación de castillos en el aire se había construido como sensato : algo de dinero para comprar aquello de lo que se había encaprichado, estar un poco más en la calle, tal vez invertir los ahorros en un libro de buen formato o en un aparato de música mejor que el que tuviera. No los padres, claro, que eran siempre justos, pero si había algún adulto en la conversación siempre quería terminar por la vía de reducir al absurdo : si se...
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