Por NELSON SÁNCHEZ CHAPELLÍN
Nancy Urosa Salazar conjuga las actividades de artista multimedia con la docencia y la investigación en el nivel universitario de pregrado y postgrado.
De la mano de la paisajista María Teresa Fernández Casañas, llega a la edad de 7 años al taller de Juan Vicente Fabiani, de ahí ha pasado por muchos institutos, de plástica, música y teatro. Integrándose al grupo musical-teatral creado por Enrique La Fontaine, Los negros no hacen silencio. Forma parte de la coordinación de las I jornadas la cultura negra (1981) y de la fundación de la Casa de la cultura negra (1982), hechos notables para el Museo Afroamericano.
Urosa sintetiza estos intereses y talentos en sus estudios de cine de la Escuela de Arte de UCV. Luego, en UPEL, realiza la maestría en Artes Plásticas y recibe mención de honor y publicación a su trabajo de grado Te veo debajo de la piel. En 2014, se tituló doctora en Cultura y Arte para América Latina y el Caribe.
Los estudios y la vivencia de la negritud tienen una resonancia constante en su obra y esa relación con los márgenes la lleva a la orilla de Simón Rodríguez, quien, junto a Reverón, guiará sus pasos en la senda de la performance, donde el arte y la vida se mezclan en Arte Social.
En su tesis doctoral, Metáfora de un agujero epistémico, desarrollada en torno a los estudios de la estética de la recepción y los aportes de Simón Rodríguez a este campo de conocimiento y sus pioneras observaciones sobre la acción lectora, propone un mapa conceptual, que resulta una constelación de relaciones en torno a los ejes: cuerpo-performance /política /educación / poesía visual.
La cámara, el pincel, el marcador, el spray se alternan con el computador, el escáner y las imágenes médicas de esos bordes. Ese margen resulta un notable interés por la estética del deterioro, y es por ello que no es fortuita la actitud resiliente de la creatividad ante lo nefasto, lo destruido, la enfermedad, lo quemado.
La fotografía es una actividad familiar, de lo que da cuenta el archivo, o lo rescatado, primero del fuego y luego del agua, que dejó sus huellas en las imágenes como un efecto gráfico o pictórico.
Entender lo que está escrito no es cosa fácil, porque requiere “resucitar las ideas sepultadas en el papel” (Rodríguez). Interpretar las imágenes es una reflexión entre la palabra y la cosa – el objeto. Ese rebote de luz que nos hace posible ver.
La instalación propuesta por esta artista, de muchas aristas, nos envolverá en una narrativa visual compleja, donde lo íntimo y lo público se amalgaman y fusionan con lo escrito, dibujado y pintado por las formas del fuego.
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