Una borrachera de gasto, déficit y endeudamiento en el cierre del sexenio. Los últimos 30 días de gobierno, un periodo en que el Presidente saliente tendrá a su disposición un Congreso en el que probablemente contará con la mayoría calificada para aprobar, al vapor, la destrucción del Poder Judicial, ejecutar una regresión autoritaria del sistema político e incluir en la Constitución diversas obligaciones que implicarán un mayor lastre financiero para el gobierno entrante. Todo aderezado con la ponzoña que una persona rencorosa reserva en su momento de triunfo para aquellos sobre los cuales se ha impuesto. No se trata de mostrar que ganó, sino de aplastar y destruir con la mayor saña posible.
Claudia Sheinbaum, mientras tanto, aplaudiendo. Si lo hace con convicción o forzada es un misterio, una muestra más que está atada de pies y manos mientras Andrés Manuel López Obrador sigue vertiendo hiel en ese cáliz envenenado que recibirá el primer día de octubre. Si es consciente de la forma en que se le está descomponiendo el panorama que heredará, no da la menor muestra de ello.
Pero quizá lo sabe y sus aplausos son como los de Miguel de la Madrid, tibios y sin entusiasmo, mientras que como presidente electo escuchaba a José López Portillo nacionalizar la banca. El entonces Presidente saliente inició lo que se conocería como el sexenio de tres meses, buscando inútilmente salvar esa reputación que se hundía junto con el peso en una crisis económica.
La ironía es que AMLO está creando una crisis en un paroxismo revanchista que alcanzará su apogeo en el sexenio de un mes que iniciará también el primer día de septiembre. Gobernará intensamente esos 30 días acumulando innecesariamente una enorme incertidumbre económica, con la certeza de que sus acciones no necesitan tomar en cuenta las reacciones de inversionistas y mercados. Con esa arrogancia entregará el barril de pólvora a Sheinbaum.
La nueva Presidenta no enfrentará un peso sobrevaluado, un endeudamiento de corto plazo en dólares en niveles astronómicos ni tampoco un elevado déficit en cuenta corriente. Lo que sí hereda es un déficit fiscal muy elevado y con una tendencia claramente al alza. Su legado económico de corto plazo no es, por ello, como el que recibió Ernesto Zedillo, aunque de la misma forma requiere de un manejo rápido y diestro. No lo consiguió el doctor en economía por Yale y la crisis le explotó a las tres semanas de tomar posesión.
El manejo que realizará la doctora en Ingeniería por la UNAM está sujeto a severas restricciones, empezando por estar apergollada a su antecesor. Ella tendrá el título y la oficina, pero la mayor parte del poder estará donde quiera que se encuentre el tabasqueño.
En esa crisis de inicio de sexenio no habría una explosión inflacionaria, tampoco una súbita contracción económica. El año 2025 no sería otro 1983 o 1995, pero sí habría una fuerte depreciación del peso con una impresionante volatilidad cambiaria, un fuerte freno a la inversión nacional y sobre todo extranjera, quizá una subida en las tasas de interés, un repunte inflacionario y un déficit fiscal que se escapa más de control. Todo llevando a una fuerte desaceleración de un crecimiento que de por sí, está perdiendo ritmo. Una recesión no puede descartarse.
En medio de esa crisis una Presidenta recién llegada al cargo y forzada a compartir su poder. Ni siquiera le quedaría la salida política, como si lo hicieron De la Madrid y Zedillo, de culpar a su antecesor.