Pedro Castillo se perfila como un fuerte consumidor de servicios de abogados, que no son gratis, pero que alguien paga sin pestañear. La especialidad de sus sucesivos contratados es pedirle a un juez algo imposible de conceder que, llegada la hora de deliberación, el juez evidentemente rechaza. De esa manera, defendido y defensor llegan a los periódicos, hasta la próxima oportunidad.
Entre los imposibles reclamados están el reconocimiento de que nunca quiso dar un golpe (no hay arma, no hay papel) y la consiguiente excarcelación; la devolución a Castillo a la presidencia que ganó en el 2021 y luego perdió; o que nunca haya querido asilarse en México. Todos estos pedidos vienen aceitados con evidentes mentiras, algo que no le impide seguir bajo los reflectores.
Lo que mantiene a una parte del público interesado en Castillo es su figuración, pequeña pero real, en las encuestas de simpatía o intención de voto. Esto seguramente lo llena de expectativas, avivadas por el abogado de turno. Da la impresión que la cosa es no desaparecer, sobre todo ahora que se agita un poco el cotarro electoral.
La historia reciente de Alberto Fujimori debe tener a Castillo desesperado. Salir de la cama UCI, luego de la prisión, y estar a punto de tentar la candidatura en el partido de su hija –todo con más de 80 años– no es poca cosa. Pero la diferencia entre las figuras y las trayectorias de los dos políticos es abismal.
Sin embargo, subsiste un ligero castillismo en el ambiente. No lo va a salvar de la cárcel, pero puede mantenerlo firme en su peliculina llorosa de estos días. Lo quieren algunos de quienes desaprueban a Dina Boluarte y su masacre inaugural. Luego quienes votaron por él y se sienten defraudados. También los fans de todo expresidente.
Para los partidos que, desde ahora, van a la cola de lo electoral, y muy probablemente seguirán allí, la figura de Castillo (el triunfador, con sombrero) puede ser de cierta utilidad. Pero es poco probable que alguno de esos membretes se anime a subirlo a bordo. Siempre hay el peligro de que trate de darles un golpe interno por la vía mediática.
Mientras tanto seguiremos viendo el desfile de abogados tratando de convencernos de que su patrocinado tiene la razón, y que su predicamento puede mejorar con un golpe de suerte en la ruleta de los jueces.