«Lawfare», dijo uno de los señores que jugaban al truc, sin mirar a la tele siquiera (informaba sobre lo de Begoña Gómez ) y mientras dejaba un naipe sobre la mesa. «Es la máquina del fango», dijo otro, sin inmutarse, mientras yo levantaba la cabeza de mi ordenador para prestarles atención. El bar de mi pueblo es mi oficina y también mi particular termómetro de la realidad: si allí se habla, es que de verdad está en la conversación popular, que ha traspasado el empapador y ha calado bien la cosa. Por eso, al escuchar «lawfare» y «máquina del fango» en la boca de dos señores de setenta años de un pequeño pueblo de la España vacía, pensé automáticamente en...
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