Un edadismo tóxico y visceral, hijo pródigo de intereses creados o de insuficiencia mental comprobada, montaron previo al partido del martes contra la gabachada en Munich, una venenosa campaña contra Jesús Navas. Al parecer, el abuelo de la selección solo está para vino dulce y sopita caliente, despreciando los envenenadores un principio que es fin y marca de tan exclusiva persona: un futbolista al que jamás se le durmió la sangre en la camiseta y que sobre el escudo tatuado en su pecho lleva impreso algo tan inexplicable para estos vasallos de la ventaja la luz del compromiso. No tengo manos para espantar tantos abejorros como zumbaban en las jornadas precedentes a esta semifinal en Alemania, donde Navas era arqueología...
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