Cuando Triana prepara los días dedicados a su patrona, señora Santa Ana, en la fiesta más antigua de Sevilla y una devoción de siglos, una de las personas más queridas del barrio, Amparo Díaz Portillo, ha partido a la casa del Señor. Era un gran ejemplo del amor que procesaba a su barrio de Triana , persona de fe, de iglesia, de hermandad, de querer ayudar en todo lo que fuese necesario para que todo reluciera como en ninguna parte. Esa era Amparo, una trianera siempre con una sonrisa, elegante como ninguna, de estar en su sitio en cada momento, de animar y arrimar a cualquiera a sus devociones. Hermana de la Esperanza de Triana y muy devota de sus titulares, no faltaba a ningún culto. Era fácil encontrarla: solo había que acudir a la capilla de los Marineros o, un poco más adelante en la calle Pureza, a la parroquia de Santa Ana, su segunda casa y, a veces, hasta la primera. En la denominada Catedral de Triana, Santa Ana, estaba su gran devoción, Madre de Dios del Rosario, la hermandad no solo de los capataces y costaleros de Sevilla, sino de cientos de devotos como Amparo que quería a la Virgen por encima de todas las cosas. Ostentaba el número 2 en la nómina, el fiel reflejo de un amor durante toda una vida a Madre de Dios del Rosario. La eterna camarera de la Virgen , cuidaba como nadie su ajuar, cuando tenía que hacer cosas por la hermandad lo demás era secundario. Pudiera parecer una simpleza, pero en cada besamanos ahí estaba, sentada en la mesa petitoria colocada casi al lado de la imagen, entre la capilla sacramental y la custodia. Cada vez que alguien iba a ver a la imagen, se levantaba, acompañaba al feligrés o hermano a sus plantas, le inculcaba la devoción —cuestión desgraciadamente perdida en el tiempo— y le invitaba a mirar primero, rezar y luego besar la imagen. Eso era una cuestión de obligación diaria para aquellos que hoy están más cerca que nunca de la Virgen: expandir la devoción de la Madre de Dios del Rosario, mostrar su significado, historia, impronta y sentido . Eran esos hermanos quienes abrían su corazón a su devoción a los demás. En la hermandad se le echará mucho de menos, es todo un modelo a seguir en el presente y el futuro, pero ya es un querubin más de todos los que están en torno a Madre de Dios del Rosario o quizás uno de los ángeles que reposa en la personalísima peana que porta un lazo con el nombre de su gran devoción, con esa mirada perdida hacia su rostro, tal y como ella hizo durante toda su vida. Se ha reencontrado con mucha gente, sobre todo con Julián Arenas , su marido, que vuelve a cogerla del brazo. Era uno de los grandes priostes de la Esperanza de Triana y también de Madre de Dios, así como de un gran elenco de hermanos que tanto dieron por la patrona, quizás el gremio más importante de las cofradías. Esta vez estará en la novena de la santa desde el lugar más privilegiado posible. No será fácil no verla sentada en el cuarto o quinto banco, como hacía cada julio; admirarla rezando el rosario; oírla cada domingo elevar el canto de la salve a Madre de Dios. Pero tan solo con mirar a los ojos a sus devociones, de la misma manera que ella lo hacía, ahí estará Amparo para siempre. Descanse en paz.