En todas las monografías que hablan de
Velázquez, es habitual encontrar un apartado dedicado a uno de los hechos más singulares que tuvo lugar en 1628 para el joven pintor:
la llegada de Peter Paul Rubens (Siegen, 1577-Amberes, 1640)
a la corte de Felipe IV, en Madrid. Prácticamente toda la bibliografía señala
el impacto que debió causar al joven Velázquez tratar de forma directa a uno de los pintores más relevantes de la Europa del siglo XVII, y que, sin este encuentro, que se extendió desde septiembre de 1628 al mes de abril de 1629, la evolución pictórica del pintor español nunca se hubiera producido. Veamos si esto es así.
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