Vivía en un palacio con búnker, comisaría, jardín oriental, alabarderos, comitivas oficiales y coches con lunas tintadas que cruzaban la ciudad dormida en un estruendo de sirenas azules. Cuando viajaba, la agasajaban los mandatarios de otros países que habían estudiado sus gustos y aficiones y habían preparado para ella conversaciones aparentemente espontáneas. Al llegar al palacio, había recibido allí al mismísimo rector de una universidad y con él le habían preparado una cátedra. No tenía titulación oficial, pero valía mucho. Al principio, le costaba hacerse a la idea de que todo aquello estuviera sucediendo, pero fue acostumbrándose. Lo que sucedía a su alrededor era propio de su condición, de su mérito y, en realidad, todo aquel trato hacía justicia a...
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