La conocida periodista habla en esta entrevista de la actualidad, de su trayectoria en los medios, de los servicios de salud pública, de su pelea personal con el cáncer y de su grato debut como escritora de cuentos ilustrados para niños.
Desde la Luna (Mónimo, 2024) es el debut de Patricia del Río como escritora de cuentos ilustrados. Las historias que escuchó de su madre, a la que considera una cuentacuentos excepcional, y las que ella misma inventaba para su hijo y sus sobrinas fueron la semilla de esta publicación. Su relación con los libros es antigua. Es la presentadora de ‘Letras en el tiempo’ (RPP), uno de los pocos espacios radiales sobre literatura, y ese ha sido uno de sus refugios ahora que está alejada de los medios y concentrada en su lucha contra el cáncer. La actualidad, sin embargo, como se puede ver en esta conversación, no es algo a lo que sea ajena. Esa cuerda no la suelta.
Como la protagonista de tu libro, ¿alguna vez te has sentido aislada y has tenido que lanzar una cuerda para llegar a un lugar distinto?
Buena pregunta. Es curioso cómo uno puede sentirse aislado estando más rodeado de cosas, gente o bulla. Y sí, creo que en algún momento que me tocó hacer labor periodística muy dura me desconecté hasta de mí misma. El periodismo tiende a crear una especie de submundo en el que hablas con periodistas, consumes periodismo y pierdes conexión con la realidad. Y esa cuerda siempre ha sido mi familia, mi hijo, mi madre, mis hermanos, mi pareja. Es una manera siempre de aterrizar y recordarte que no vives en la luna.
Cuando me dices que el periodismo es una burbuja, un submundo, parece que quisieras explicarme que a veces el periodismo tampoco es la realidad.
Como periodistas nos debemos a la verdad y tenemos que registrar los hechos. Pero, a ver, en la pandemia yo nunca hice cuarentena, por el trabajo. Fui de las pocas periodistas que estuvo al aire durante toda la pandemia. Y todo el día, Emilio, desde que me levantaba, solo escuchaba hablar del Covid. Solo leía sobre el Covid y solo daba reportes sobre gente que se moría. Y hubo un momento en que me asfixié. Me estaba olvidando que había esperanza, que había personas que apostaban por la vida, que a pesar de estar en casa había gente que buscaba otras formas de realizarse. No es que lo que yo miraba no fuera real, pero eso no era lo único que existía. A veces nos ponemos a mirar pésimas noticias y creemos que eso es todo lo que hay. Te olvidas que no solo hay peruanos corruptos, hay peruanos que salen a trabajar todos los días que nunca le han robado un solo sol a nadie.
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¿Qué es lo más importante de un libro para niños? ¿El relato, los dibujos o todo el artefacto?
El artefacto completo, porque son dos niveles de relato distintos. Un error común en cierta propuesta de libros infantiles es contar historias bobas o simples, creyendo que los niños no son capaces de complejizar nada y en la que el dibujo es muy evidente o una repetición del texto. La apuesta que hace Desde la Luna y la editorial Mónimo, con la que hemos trabajado, es combinar un texto que sea sugerente, que no resuelva todas las preguntas, con un dibujo que interpreta el texto. No los puedes separar. Este libro es tan mío como de Andrea Balbuena, que es la ilustradora.
Tu relación con la literatura es sumamente estrecha, ¿cuál es la novela que mejor ha retratado al Perú de los últimos años?
Creo que una novela que retrata al Perú del paso, del presente y del futuro es Conversación en la catedral.
Sigue vigente.
Sí, porque más allá de que ocurra en la dictadura de Odría y en el siglo pasado, narra lo que genera la estructura del poder y la estructura de la corrupción y la podredumbre. Narra lo que pasa con el poder cuando llega a manos de gente sin escrúpulos. Y esa estructura de poder, que está en el Estado y también en la familia, te hace notar que la vida personal puede ser un espejo de la vida pública. Y justamente ese es el descubrimiento que hace Zavalita a través de la figura de su padre. Es una novela que podría leer 40 veces y las 40 me volvería a sorprender.
¿Y hay alguna ficción que haya retratado cómo somos los periodistas peruanos?
Me gustó mucho Los últimos días de la prensa de Jaime Bayly, me parece una buena novela. Pero no le haría justicia a las novelas sobre el tema porque no he leído tantas.
¿Cuál es tu mayor miedo?
La miseria moral me da mucho pánico, la gente que no tiene catadura moral y que le toca estar en cargos de decisión de la vida de otras personas. Si eres un miserable y te ocupas solo de tu vida, serás uno más en el mundo. En cambio, si eres un miserable con poder, tiendes a proyectar esa miserabilidad y a hacer muchísimo daño.
Siento que más que pánico te da rechazo.
Me da rechazo, pero también miedo. Ahora que ando alejada de las noticias, las pocas veces que me acerco a mirar a fondo me encuentro tanta gente sin escrúpulos legislando, tomando decisiones, decidiendo por la vida y muerte de millones de peruanos, que me da terror.
Ya que hablamos del miedo, ¿El Perú es un país que habla con miedo del cáncer?
El Perú es un país que habla con miedo de la salud en general, porque el terror de enfermarnos viene de la mano con el terror de morirnos, porque tenemos el terror de no ser atendidos como debe ser. Nos hemos acostumbrado a que en medio siempre haya un discurso, y es absolutamente válido, de personas pidiendo ayuda por un derecho básico como es el derecho a la salud. Entonces la gente tiende a no contar sus enfermedades cuando tiene la posibilidad de costeárselas. Porque normalmente el que está hablando de su enfermedad, también está enfrentando un drama económico que en otros países no ves, porque la salud pública funciona. Hay doble pudor. El pudor a la vulnerabilidad, el pudor a saberte y decirte enfermo, y el pudor a que normalmente se habla de las enfermedades en contextos de desesperación.
Incluso en los medios se refleja eso. El diario El País de España tiene una sección de salud bastante fuerte, y dentro de ella tiene una subsección que se ocupa diariamente de comunicar cómo van los avances contra el cáncer. La enfermedad nunca es una buena noticia, es un tema serio, pero ellos tratan de ver qué soluciones hay, nosotros no.
El otro día revisaba esa sección de la que hablas y anunciaban un tratamiento experimental que incluso en Estados Unidos, donde tampoco hay salud pública, era impagable, hablaban de un precio de 800 mil dólares. Pero España lo tenía y la salud pública lo iba a incluir. Entonces, cómo no van a tener una sección sobre lo que se avanza contra el cáncer si es que eso se refleja en la posibilidad de que los españoles sean mejor tratados. En cambio, nosotros qué podríamos poner, ¿que ya existe un mamógrafo en un hospital? ¿o que ya no necesitas cinco meses para que te diagnostiquen de cáncer?
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Recuerdo una columna que escribiste hace tiempo sobre la escritora Irene Vallejo, que reivindicaba cómo la salud pública salvó a su hijo y le dio el espacio necesario para escribir su famoso ensayo (El infinito en un junco).
Eso es increíble. Mira, Sergio del Molino, que es un escritor ganador del premio Alfaguara de este año, con una novela muy linda que se llama Los Alemanes, escribió un libro sobre la muerte de su hijo que se llama La hora violeta, que narra la muerte de su hijo de tres años, por una leucemia imposible de curar, una cosa nada agradable, pero todo el libro es un ejemplo de cómo funciona la salud pública. Esto no tiene nada que ver con el crecimiento económico o el modelo del país, esto tiene que ver con derechos humanos. Una persona tiene derecho a saber que, en la enfermedad, la sociedad que lo rodea lo sostiene.
¿Durante tu tratamiento has ido por algún motivo a la salud pública?
No, gracias a Dios, porque tengo un seguro privado. Y acá le digo a la gente que haga un esfuerzo por pagarse un seguro oncológico, que no son tan caros. Y el problema con el cáncer no es solo que te puede matar, si no te atiendes a tiempo, sino que vas a empobrecer a tu familia, porque, como es natural, la gente hace lo que sea por la salud de un familiar. Terminan vendiendo casas, propiedades. Al final, se enferma toda la familia. No pasé por salud pública y creo que ese es un privilegio que no debería medirse así.
¿En qué circunstancias recibiste el diagnóstico de tu cáncer?
Era mi santo, mi cumpleaños. Fui a hacerme un examen de mamas, como se tienen que hacer todas las mujeres de mi edad, una vez al año, y allí salió algo raro. Siempre empiezan diciéndote: Hay algo que tenemos que revisar. No se atreven a decirte que están viendo algo más.
¿Y ya lo sabían? ¿Tenían claro qué era?
No. Hasta que no te hacen una biopsia no tienen la seguridad de lo que está pasando. Puede ser un tumor, pero benigno. Y la confirmación llegó el día de mi cumpleaños. Y, bueno, uno se va haciendo la idea, cuando te dicen: Hay que hacer una biopsia, esta imagen, esta otra. Ya tú dices: Esta mano no viene fácil.
Era tu cumpleaños, ¿estabas rodeada de tu familia?
No. Yo suelo ser arisca en las fechas de mi cumpleaños. Mi pareja fue quien me lo transmitió y, es curioso, las lágrimas saltan de golpe. No pasas por el proceso de pensar en que vas a llorar. Y lo que hago en esos casos, luego, es informarme, pensar en: Ahora qué hay que hacer. Me pongo como una control freak de la información. Una de las cosas que más desespera de un tratamiento oncológico son las esperas. Te hacen una biopsia, esperas diez días. Te hacen otra prueba, esperas 15 días. Esas esperas son horrendas.
Alguna has comentado que aprendiste de tus dos abuelas el valor de la fe.
Ufff…
¿Te acercaste a la religión con esto que pasaba?
Mira, no soy una persona atea, soy una persona religiosa, en el sentido de que tengo una fe, una fe católica, además, pero no soy una persona institucionalmente religiosa. Yo creo en Dios, pero que me disculpe la iglesia católica, no comulgo con todo lo que administran.
Crees en Dios, pero no en su burocracia.
Exactamente (se ríe). Hay gente que me dice: Qué cómodo. No es cómodo, yo iría a la iglesia y seguiría todos los sacramentos si me sintiera representada en ellos. En fin, alguna vez un padre al que quiero mucho me dijo: Nunca permitas que alguien te diga que no eres católica.
¿Ha sido tu primera vez con un tema oncológico? Por allí entendí que alguna vez ya le habías los dientes a ese lobo.
Sí. Tuve un pronóstico de pre cáncer hace muchos años. Y ese fue el primer aviso que me hizo dejar de fumar. Cuando trabajaba en prensa escrita y tú sabrás, Emilio, que, por años, en los noventa, el teclado venía con puchos.
Había redacciones con smog.
Sí, yo llegué a fumar casi dos cajetillas de cigarros diarias. Era muy fumadora. Tenía escasos treinta y dejé de fumar de un día para otro. Ese fue mi primer susto. Este ha sido mucho más.
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Hace poco has dicho algo que debería ponernos en alerta: “Este es el peor momento para ejercer el periodismo (…) La verdad no le importa a la gente y tampoco a muchos periodistas”. ¿Qué hacemos? ¿Cerramos las redacciones o resistimos?
Hay que resistir. Y agradezco que haya gente como tú, resistiendo, y que haya gente que cree en el periodismo de verdad. A ver, las comunicaciones han cambiado. Celebro la democratización de la posibilidad de opinar, me parece un logro de la humanidad. Sin embargo, no sé si leíste este cuento de Borges que se llama Funes el memorioso. Funes, para los que no han tenido el gusto de leerlo, es una persona capaz de recordar todo lo que hay a su alrededor en un día. Si mira esta sala, ve absolutamente todos los detalles. Borges tenía una frase genial: Cuando a Funes le pedías que contara qué había hecho el día anterior, se tomaba un día completo. Bueno, somos una sociedad como Funes el memorioso, tenemos toda la información y somos incapaces de abstraer y priorizar lo más importante, y de diferenciar lo que es verdad de lo que es mentira. Hemos perdido la capacidad de abstracción de la realidad porque estamos bombardeados de información. Y como para Funes el memorioso todo tenía el mismo nivel de importancia, para una persona que no quiere mirar con sentido crítico la realidad tienen el mismo valor el WhatsApp de una tía que le dice que no habrá tsunami después de un terremoto y el WhatsApp de la Marina de Guerra que le dice que sí habrá tsunami. Es duro.
Son tiempos recios.
Sí, pero que un periodista no quiera distinguir ya me parece enfermo.
Has sido maestra universitaria. Si encontraras un chico que te dice que quiere ser periodista, ¿qué harías? ¿lo alentarías o le dirías que piense mejor su decisión?
Siempre lo alentaría, pero le diría que tenga en cuenta que entra en un mundo cambiante. El periodismo como lo conocíamos ya no va a existir más. Hay nuevas reglas que se están escribiendo y por eso algunos reglones están torcidos todavía. Va a entrar a pelear a un mundo al que yo no entré cuando empecé a hacer periodismo. La información estaba más concentrada, las fuentes eran más escasas.
Había gente que confiaba en nosotros un poco más.
Bueno, nos hemos labrado esa desconfianza.
Sí.
Eso ha ocurrido por varias razones, primero por despreciar el hecho de que la información puede estar en otros lugares, que no somos dueños de la verdad, pero también porque, por esta moda de que a la gente hay que darle lo que le gusta, hay periodistas que han empezado a acomodar la verdad a lo que conviene decir y no a lo que hay que decir. Entonces, si conviene decir que hay un fraude, me invento un fraude.
¿Qué te enseñó el periodismo?
Que el mundo es más grande y más ajeno de lo que imaginamos. Podemos tener mil ideas, pero hasta que no vamos a un lugar y no pedimos una versión de los hechos distinta de la que me llega si estoy sentada en mi escritorio, no nos enteramos de lo que ha pasado. Y me enseñó que la gente puede ser muy mala.
Los periodistas podemos ser muy malos.
Sí, por supuesto.
Santos no somos.
Ni tenemos ninguna superioridad moral ni estamos imbuidos de alguna pátina especial. Me da cólera cuando perdía un trabajo y me decían: Por qué no te quejas, dónde está la libertad de expresión. Era una persona más que perdía un trabajo en el Perú y ya.
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¿Reconoces algún error grueso dentro de tu carrera?
Sí, montones.
Dime dos.
No (se ríe)
Una.
La impaciencia. El creer que la gente tiene la obligación de contestarme. Un entrevistado tiene el derecho de no contestarte. Y yo he sido como de presionar. La intolerancia. Han sido cosas que me han acompañado en mi carrera. Algunas las he combatido con éxito y otras no.
Tus salidas de algunos medios han sido públicas y son interesantes. Están las sentidas palabras que dijiste cuando salías de Nativa. En tu última columna en El Comercio decías: Es hora de mirar en solitario. Pero la que más me ha llamado la atención ha sido la de RPP. Has contado que saliste de la radio, cogiste tu camioneta, montaste a tu mascota y te disparaste desde Lima hasta el Cusco para estar sola. ¿Siempre tienes esos arrebatos?
(Sonríe) Allí están las cuerdas por las que me preguntabas. Soy una persona que cuando toma una decisión, por más que al resto le parezca una locura, la hago. Una de las cosas que me dio el periodismo es mucho arrojo. Somos personas que enfrentamos riesgos con cierta inconsciencia.
El periodismo te volvió valiente.
O irresponsable, no sé. Yo recuerdo que cuando dije que me iba a Cusco manejando, me preguntaron con quién. Y yo dije: Con mi perra. Encima me llevé a la más flaca, la peor de las tres, la que no me iba a defender nunca. Y a mucha gente le pareció una locura.
Te voy a leer unas palabras de Luis Jochamowitz sobre el oficio. Él dice: “La idea de la actualidad a mí me parece apocalíptica. Es como una rueda infinita que nunca termina, que todo lo acaba, lo destripa, pero tú sigues y sigues (…) En el fondo, yo creo que es devastador continuar siempre en la actualidad, es contar el mundo cada 24 horas, y eso es un despropósito”.
Eso es Funes.
¿Es agotadora la actualidad como lo ve Jochamowitz?
Sí. Y más si tienes en cuenta que uno trabaja con la realidad, como trabajaba yo, en un programa, en vivo, de noticias, seis horas diarias. Yo salía de la radio, llegaba acá, y en mi casa siempre estaba prendida la radio y la tele, todos en canales de noticias. Mi hijo parecía un minireportero. No había parte de la realidad nacional que no la supiera. Sabía quién era Lourdes Flores a los 3 años, y supo quién era Humala a los 5. Una vez salió un tío suyo en la portada del diario. Me dijo: Mamá, ha salido el tío tal en la portada.
El ministro (Alonso) Segura.
(Se ríe) Sí, efectivamente. Y él me pregunta, por qué ha salido en la portada, a quién le robo (Vuelve a reír). Para él, salir en el periódico era sinónimo de que se había ido preso. Es agotador todo eso, sí.
Has sometido a tu pobre hijo al ritmo de un reportero.
(Se ríe) Pobrecito. En realidad le pido disculpas. Yo llegaba a la casa y me decía: Mamá, ha habido terremoto en no sé donde. Y era una criaturita.
Has dicho con cierta amargura: “Lo que nos hacía ilusión ya no existe”. Probablemente no vayamos al Mundial. Ya no tenemos las cifras de crecimiento económico de las que presumían algunos presidentes. Y habría que añadir a eso que ni siquiera existe Mistura, esa feria en la que nos engolosinábamos con nuestros sabores. ¿Es la desolación un símbolo de este tiempo?
Son épocas bien duras, bien raras. Pasábamos por una etapa de mediana estabilidad, mediana prosperidad. Yo no creo que todo tiempo pasado fue mejor, pero creo que estábamos en la senda correcta. Y últimamente es como si todo lo que habíamos construido se hubiera ido al traste. La selección peruana es buen ejemplo. Así como nuestro crecimiento económico no es de primer mundo, podíamos resolver problemas. Uno decía: Esto empieza a funcionar. Y empezaba a funcionar con lo que hay, con lo nuestro. Pero lo que ha pasado tiene que ver con pésimas administraciones, miradas cortoplacistas. Las reformas políticas que se tenían que hacer para mejorar la democracia nunca se hicieron. Tenemos en el Congreso a una serie de advenedizos y en el poder a una señora que no sé qué hace allí. Y lo que va a venir no va a ser mejor. Nos esperan unas elecciones terroríficas con un abanico interminable de candidatos.
Otra de tus últimas frases es: “En el poder hay gente muy poca cosa con mucha capacidad de dañar”.
Sí. El poder te da una capacidad de influir en la vida de los demás enorme. Si una cajera hace mal su trabajo, se perjudica la empresa y algunos clientes. Si un ministro mal su trabajo, un puente, por ejemplo, ¿a cuántas personas perjudica? Y lo peor es tener esa gente poca cosa, que lo único que le interesa es su beneficio.
