El titular parece sugerir el más difícil todavía, la cuadratura del círculo. Si se está haciendo turismo, ¿cómo sustraerse a la condición de turista? Parece imposible, a no ser que se tire del dicho que asegura que una cosa es el turista y otra distinta el viajero . Aserto al que habrá que oponer otro. Según le dijeron a unos recién llegados a Nueva York , esa ciudad está llena de lugares tópicos, pero no por eso se puede dejar de visitar algunos de ellos. Así, de la misma forma que es impensable ir a la Gran Manzana y no parar en Central Park o en el puente de Brooklyn, lo es salir de Granada sin haber estado en la Alhambra y en el Albaicín. Eso de ser turista, por tanto, conlleva algo de actitud, de predisposición . Se ve gente por la calle en Granada que, sólo al primer vistazo, ya se sabe que son turistas. Que nunca se diría de ellos que son viajeros, dicho de otro modo. En cambio, los hay que consiguen mimetizarse con el ambiente. Lo hacen de varias formas, así que será cuestión de analizarlas. No es necesario que les acompañen, pero a los turistas que pretenden pasar desapercibidos les conviene haber tenido contacto previo con gente de Granada. Con local people, que dirían los angloparlantes. Porque ellos, aparte del sota, caballo y rey al alcance de cualquiera, les van a recomendar lugares que frecuenta el cliente granadino y no tanto el visitante. Puestos a citar ejemplos: en lugar de visitar la catedral y después llegar hasta Plaza Nueva para pillar un autobús con rumbo al Albaicín, o bien caminar hacia ese destino por el mal llamado Paseo de los Tristes, ¿qué tal callejear un poco por el centro? Es una gran idea, porque Granada conserva allí varios edificios -sobre todo templos- que son tremendas muestras de los periodos renacentista y barroco . A su alrededor sobran inmuebles que parecen cajas de zapatos puestas en vertical, eso también es cierto, pero si se centra la mirada en lo esencial, hay mucho apetecible. Desde la calle San Jerónimo hasta San Juan de Dios salen al encuentro, entre otras cosas, la sede de la facultad de Derecho, el conservatorio superior de música o la iglesia de los Santos Justo y Pastor. Llegados a San Juan de Dios, hay dos opciones fantásticas . Subiendo hacia los jardines del Triunfo, a mano izquierda, está la iglesia de San Juan de Dios, que tiene un retablo barroco envidiable. Bajando por Gran Capitán está el Monasterio de San Jerónimo, de estilo renacentista y de gran belleza. En Granada hay que ir a algún mirador; eso lo recomienda todo el mundo, así que será verdad. El de San Nicolás, en la plaza del mismo nombre, es el más frecuentado y admirado. No pasa nada si se va, aunque probablemente es la zona cero del turismo masivo en la ciudad. Pero el toque de distinción lo puede dar perfectamente pasarse, antes o después, por el cercano bar Kiki. Mejor en la barra que en el exterior, lo suyo es pedirse un buen vino, que allí hay una nevera que los muestra. Material explosivo. No obstante, hay miradores alternativos, si es que se les puede llamar así. Bill Clinton nunca mencionó el del Carril de la Lona, en el otro extremo del Albaicín , pasada la plaza de San Miguel. Desde allí, los atardeceres son mucho más largos y detenerse allí implica, además, fijarse en sitios no tan emblemáticos pero sin duda aconsejables, como la Puerta Elvira . ¿Por qué no bajar y pasar entre sus muros? Una vez allí, el viajero-que-no-quiere-ser-turista se percatará de que a unos metros tiene a su disposición la Gran Vía, que desemboca en los ya mencionados jardines del Triunfo. Allí comienza el bulevar de la Constitución , una zona peatonal flanqueada por árboles de una envergadura que permite cobijarse en su sombra. Es un sitio encantador para pasear y recrearse en las diez esculturas de personajes granadinos que se sitúan a lado y lado, empezando por el Gran Capitán y terminando por Frascuelo , el torero de Churriana de la Vega que da nombre, por cierto, al coso taurino local. Por el camino, se puede saludar a Eugenia de Montijo , que fue emperatriz de Francia, o a los escritores Elena Martín Vivaldi y Pedro Antonio de Alarcón , al que los más jóvenes del lugar conocen más porque en la calle que lleva su nombre es donde se juntan a beber unos tragos. Hablando de beber y comer: en Granada hay tabernas históricas, tanto que ya son centenarias . Y otras más nuevas pero con empaque, distinción y muchos premios en su haber. En no pocas guías se habla, y muy bien, de la tremenda selección de vinos de La Tana , en la Placeta del Agua, dentro del barrio del Realejo . Ir, por supuesto, es garantía de éxito, siempre que se reserve antes para garantizar un sitio. Pero si por esto o por lo otro tal cosa no es posible, no hay que preocuparse porque justo enfrente hay dos establecimientos no tan reputados (todavía) pero que son francamente buenos. Apunten sus nombres: Conde y Malvasía . Ah, con lo de las tapas y las raciones también hay que andarse con ojo. Las guías turísticas dirán lo que quieran, pero la gente de Granada, así por lo general, no elige como primera opción ni como segunda la tortilla del Sacromonte. Lleva sesos, que es algo que no gusta a todo el mundo. Sin embargo, hay una tortilla de categoría (y de patatas) en el bar Rojo, cerca de la Plaza de la Trinidad , en un local austero pero muy bien provisto. De comida y de, volviendo al anglicismo, local people. Además de todo lo anterior, hay lugares en Granada en los que todavía apenas ha reparado el turismo a saco. Y es curioso que uno de ellos pille de camino a la Alhambra. Es el Carmen de los Mártires , un palacio del siglo XIX rodeado de extraordinarios jardines y coronado por un estanque con patos, modestas aves desprovistas del glamur que sí tienen los pavos reales que campan allí a sus anchas. Muy cerca de allí en dirección descendente y si se quiere más sabor autóctono (aún) no descubierto por las grandes masas, dos paradas recomendables son la casa donde vivió Manuel de Falla y otro donde lo hizo Conchita Barrecheguren , beatificada en 2023. Fue una niña que padeció con estoicismo y a la que se le atribuyen milagros. Y así, como se decía en Toy Story, hasta el infinito y más allá. Porque Granada no se agota, se le puede seguir sacando partido por más tiempo que se lleve viviendo en ella. Cuando las guías ya no sirven , cuando han dado todo de sí, todavía quedan muchos más rincones para disfrutar. Estas líneas sólo han sido un aperitivo (o tapa).