En realidad, el titular de este artículo llevaba casi una semana escrito, desde que la victoria sobre Georgia del domingo sustanció el cruce con Alemania. La hora del cierre no apretaba, pero las exigencias de Internet –éste es el Nuevo Periodismo de verdad, a la salud de Tom Wolfe– prescribían una crónica urgente. ¿La maldición del anfitrión porque el país organizador iba a prolongar la racha de cuarenta años sin ganar la Eurocopa o porque España iba a seguir, tras diez intentos ya, sin eliminar a la selección local en un gran torneo? Dani Olmo, vecino de Leipzig, ofreció la respuesta.
El menos conocido de los atacantes españoles, cuya carrera ha discurrido entre un raro exilio croata y un equipo del segundo escalón de la Bundesliga, descerrajó el marcador con un tiro raso, como con el taco de billar, y le echó el candado a la clasificación con un centro maravilloso a la cabeza de Mikel Merino que coronó una prórroga en la que pareció el único futbolista con energía sobre el césped. Al final, España jubiló a Toni Kroos entre aromas de justicia poética porque fue el sustituto de Pedri, arteramente cazado por el nibelungo nada más empezar el partido, quien terminó con los sueños germanos. Hace casi cuarenta años que la Nationalmannschaft no vence un partido oficial a la selección nacional. Al fútbol juegan once contra once y final gana… ¿quién?
Stuttgart, ciudad natal del delantero español Joselu y la princesa Beatriz de Suabia –esposa de San Fernando, que reconquistó Sevilla para la Cristiandad y medre de Alfonso X el Sabio–, también fue la tumba de los «conspiranoicos», que abundan en el deporte tanto como en la política. Recelaban nuestros terraplanistas del balón de Anthony Taylor y refrendó sus sospechas el inglés al dejar sin castigo el tempranero atentado contra Pedri. Era el mismo árbitro que había concedido un delirante (y decisivo) gol a Mbappé en la final de la Liga de Naciones de 2021. Francia le ganó entonces a España por su extravagante interpretación del reglamento y hoy se quejan los alemanes, con más razón que el bávaro San Alberto Magno, del penalti que les escamoteó en la prórroga por mano de Cucurella. Si llega a ser al revés, le monta Pedro Sánchez –presente en el palco– un conflicto diplomático a su correligionario Keir Starmer el día mismo de su mudanza a Downing Street.