Además de las votaciones, el 2 de junio la oposición perdió, y al día de hoy sigue sin recuperar, la narrativa.
Desde la noche de la victoria, Morena instaló la noción de una épica, de carro completo. De que incluso sus derrotas en Guanajuato y Jalisco eran o relativas (ganaron el Senado) o, en el segundo estado, dudosa. E instaló la idea de una oposición viendo estrellitas.
Un mes después la oposición no se levanta de ese suelo narrativo. Y lejos de incorporarse y limpiar heridas, en los principales partidos de la transición se la han pasado a los puntapiés.
Para instalar la idea de un avasallante triunfo, Morena recibió ayuda de Guadalupe Taddei: la presidenta del INE hizo proyecciones según las cuales el oficialismo amarraba mayoría constitucional en San Lázaro y se quedaba a nada en el Senado. Eso ha sido cuestionado.
Empero, la oposición hace todo para confirmar la goleada con un espectáculo que les hace parecer incluso con peso menor al que en realidad la ciudadanía le otorgó: en el Congreso –votos directos– tuvieron cuatro de cada 10 sufragios.
Morena ha tenido escarceos internos –de Fernández Noroña o contra Sergio Mayer–, pero en términos generales el mensaje de unidad y fortaleza es cultivado día a día.
La candidata triunfante parece aún en campaña. Le saca réditos a su victoria reuniéndose un día con mujeres y otro con jóvenes. Y ni qué decir de sus giras con el presidente López Obrador, en las que consolidan la imagen de tersa y productiva transición.
En la acera de enfrente los dirigentes de la Revolución Democrática está entregando los pertrechos de un partido que fue trascendental para la democracia mexicana, e incluso para López Obrador.
Los del sol azteca protagonizan un adiós cenizo. El entierro se lleva a cabo sin una reflexión que en la despedida al menos herede un balance sobre los errores, y las lecciones para el futuro, de esa izquierda. Tanto pasado sin un epitafio a la altura.
En el PRI, para sorpresa de nadie, su dirigente apresura el tinglado para reelegirse; quiere los saldos de una derrota que los pone al filo de la extinción.
Si lo logra, Alejandro Moreno se quedará solo en varios sentidos: sus dos gobernadores han pactado ya con el Presidente y la próxima presidenta de la República, y en el Congreso los votos de los priistas no valen nada porque la mayoría de Morena es fácil de armar sin ellos.
La probable reelección de Alito confirmaría que el partido que entregó el poder a AMLO en 2018 no morirá de colapso, sino que se irá descomponiendo irremediablemente: no tiene números para representar fuerza alguna, y con ese liderazgo carece de credibilidad.
El PRI se convirtió, después de la elección y sobre todo con la renuencia de Moreno a dimitir, en eso que tanto dijeron tantos: la peor marca, las siglas que manchan, un aliado indeseable… un símbolo del peor pasado (reciente y ancestral) convertido en insalvable fardo.
Acción Nacional tiene cuatro estados y fecha de caducidad si Marko Cortés sigue aferrándose al poder y consuma la simulación al renovar la dirigencia nacional blanquiazul.
El partido que décadas atrás hacía de los debates sobre su futuro un lujo de política, oratoria y dialéctica, protagoniza con tuitazos y peroratas destempladas un concurso de reproches y descalificaciones, una más pedestre que la otra, a cargo de panistas de hoy y de ayer.
En cuestión de imagen, la derrota de la oposición ha crecido con el paso de cada semana.
Mañana hablamos de Movimiento Ciudadano.