El paso del tiempo propicia injustos olvidos literarios que la inteligente iniciativa editorial y la académica perspicacia investigadora tienden a paliar. Es el caso del escritor Manuel Iribarren. Perteneciente a la generación de 1936, su narrativa supone una conseguida renovación del realismo tradicional al incentivar los resortes psicológicos de los personajes y el marco social en el que actúan. Galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 1965, fue también, bajo la influencia de Jacinto Benavente, un reconocido dramaturgo.
Se honró con la amistad de Luis Rosales, Gonzalo Torrente Ballester, Eugenio d’Ors y Miguel Delibes, quien sostenía que en todo relato debe haber «un hombre, un paisaje y una pasión»; todo ello lo encontramos en «El miedo al mañana» (Berenice), novela que ha permanecido inédita hasta hoy. Como señala Daniel Ramírez García-Mina en su esclarecedor prólogo, detallando la historia de este rescate, el manuscrito data de finales de los pasados años sesenta y mantiene actualmente toda su fuerza y vigencia narrativas. Ambientada en esa época, parte de la ruina en que ha incurrido un maduro rentista, que deberá enfrentarse, sin oficio ni beneficio, a nuevas expectativas vitales.
En un reconocible ambiente provinciano –la Pamplona de entonces–, asediado por la asfixiante soledad y al borde de una paulatina desesperación, tendrá que encarar unas posibilidades que van desde el suicidio a (y quizá peor) ponerse a trabajar. Esta situación le llevará a una profunda catarsis personal que incluye el ético examen de conciencia: «Le dolía haber sido egoísta, duro de corazón con las desdichas ajenas. Pero le dolía tardíamente y por egoísmo también. En el improrrogable plazo de ocho meses justos empezaría a purgar las consecuencias de su actitud, de su equivocada conducta». En ese autoimpuesto tiempo deberá superar su «miedo al mañana». Muy merecida recuperación la de esta novela perteneciente al mejor realismo clásico, tierna y desgarradora a la vez.