La industria del cine cada año realiza películas biográficas sobre figuras talentosas que en sus tiempos alcanzaron la fama y lograron inmortalizarse en la memoria de sus seguidores, y este 2024 no es la excepción. Back to Black, distribuida por Focus Features en Estados Unidos y su empresa matriz, Universal Pictures, fue estrenada por Studio Canal en Reino Unido y Polonia el 12 de abril de 2024, luego en Alemania, Australia y Países Bajos el 18 de abril, y Francia y Nueva Zelanda una semana después. Más tarde Focus Features programó el estreno del filme en Estados Unidos el 17 de mayo de 2024.
La cinta constituye un intento no tanto de santificación como de humanización de la leyenda, en este caso Amy Winehouse, haciendo un breve recorrido por su vida corta, intensa, descarrilada y, al tiempo, completamente dilapidada. El título es homónimo con su disco más conocido y vendido, y pretende ser un dibujo biográfico de la cantante londinense. Lo consigue en parte, pero se queda algo flotante en la superficie.
La película arranca a principios del 2000 en Candem Town, un barrio hípster de Londres. Winehouse es una adolescente inquieta y rebelde. Su música no es muy conocida aún, pero sus canciones son tan buenas que rápidamente llaman la atención de Simon Fuller, el manager de las Spice Girls, que logra convertir su álbum Frank en un gran éxito en Gran Bretaña.
Todo se empieza a retorcer cuando aparece en escena Blake (Jack O’Connell), un hombre corriente, sin oficio, que pasa su tiempo en los billares, consumiendo rayas de cocaína. Luego de pasar tiempo juntos en un juego de billar, la cantante se enamora perdidamente y así comienza su descenso. A todo esto también se sumó la fiereza de una prensa amarilla, casi criminal, que no le perdió nunca ni pie ni pisada.
La directora, Sam Taylor-Johnson, recorre sin mucha hondura algunos de los momentos clave en la vida de Winehouse, pero apenas ofrece un relato melodramático de su vida sentimental y algunas pinceladas de su talento y sus logros. Se muestra parcialmente al margen de construir desde el melodrama más clásico una narración que trascienda la simple anécdota. La cinta simplemente se limita a seguir con su cadencia la parte más conocida de la biografía de la artista, que murió a los 27 años (como Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Jean-Michel Basquiat y Kurt Cobain).
Algo que debe reconocerse desde el primer al último fotograma es el trabajo de la protagonista, Marisa Abela. Según la crítica, la actriz no solo se apropia de la voz y la figura, sino que hace suyos los gestos, la mirada y esa sonrisa rota. «Es imposible desentenderte de aquella mujer tan dolorida, intensa, sensual, que otorga vida, pasión y desamparo a Amy Winehouse», expresa una opinión. «También un estado frecuente y progresivo de alcoholismo, a veces feliz, pero cada vez más desgraciada», tanto así «que la entiendes, la admiras y la compadeces».
Jack O’Connell interpreta a Blake, el gran amor de Amy Winehouse. Foto: Diario La Prensa
La impresión que nos deja la película es un tanto desabrida, pues se acentúa más el retrato de la depresión de la artista, que el estampado trágico de una de las figuras más importantes de la música de este siglo. Mientras tanto, no sucedió lo mismo con el trabajo del cineasta Asif Pakadia en el documental Amy: La chica detrás del nombre, estrenado en 2015.
Kapadia convertía a Amy en una especie de Lady Di de la clase obrera, una mujer hipersensible asfixiada por la prensa sensacionalista y la voracidad de la industria musical. Mientras que Taylor-Wood y su guionista, Matt Greenhalgh, tiran de unos traumas familiares escasamente convincentes, que la conducen a una relación tóxica con Blake.
También dulcifican en alguna medida el consumo de drogas, los trastornos alimenticios y los aspectos más escabrosos del negocio discográfico. Al final, queda una historia que es justo la antítesis de la vida y obra de Amy Winehouse y solo nos queda una película que ofrece un retrato absolutamente plano y lineal.
Si el biopic musical se ha convertido en uno de los terrenos más fértiles para la experimentación en el cine comercial contemporáneo, Taylor-Johnson entrega una historia convencional, sin mayor aliciente que la capacidad vocal de Marisa Abela en su papel de Amy y, sobre todo, el carisma de Jack O’Connell para interpretar a su gran amor, Blake.
En cuanto a la realización del filme, la directora, Sam Taylor-Johnson, explicó que «quería hacer una película desde la perspectiva de Amy, a través de sus ojos. El único lugar donde su verdad podía ser encontrada era en la letra de sus canciones y en la música. Decidí contar su historia a través de sus propias palabras, de las canciones que escribió, de las canciones donde ella vertió su alma. Ella cantó sobre su amor, su dolor, su decepción, todo ello impregnado de una profunda emoción y, a menudo, de un humor salvajemente mordaz».
Durante la producción, se trabajó en estrecha colaboración con los titulares de los derechos de la música, Universal Music y Sony, mostrando un profundo respeto hacia la familia y amigos de Amy Winehouse. También fueron utilizados los temas principales de Amy Winehouse, especialmente de su álbum Back to Black, como elementos clave para representar momentos importantes de su historia.
El equipo de vestuario y maquillaje utilizó ropa y joyas reales de Amy Winehouse, Dolce and Gabbana hizo una réplica exacta del vestido que Amy usó para su actuación en la celebración de los premios Grammy. Fundamentalmente, se prestó especial atención al peinado y maquillaje de Amy para reflejar su estado emocional y la evolución e involución del personaje a lo largo de la película.
Amy..., de Asif Kapadia, y Back to Black, de Sam Taylor Johnson, tienen prácticamente la misma duración y pretenden contarnos la misma historia. Amy... ganó el Óscar al Mejor documental en 2015 y era un notable, minucioso retrato de la vida trágica (y corta) de la gran Amy Winehouse, narrado en orden cronológico, mes a mes, año tras año, desde su juvenil y apasionada inclinación por el mundo del jazz hasta su fallecimiento luego de su autodestrucción, que se inició con la bulimia y luego con en el consumo desmesurado de heroína, cocaína, crack y hectolitros de alcohol.
Murió joven, a los 27, asesinada por la fama mal digerida, por los medios de comunicación depredadores, por los padres separados y nada comprensivos (solo halló afecto familiar en su abuela), por su nuevo manager y principalmente por la figura de su novio, luego marido y exmarido: el despreciable Blake.
La película de Kapadia se apoyaba en un torbellino de imágenes de archivo (videos caseros, conciertos, reportajes, entrevistas, actuaciones en shows punteros, como los de David Letterman o Jay Leno) y en un amplio coro de voces en off (y no bustos parlantes, el recurso del documental tópico) de quienes estuvieron a su lado.
El padre de Amy, Mitch, obligó a remontar algunas escenas que no le dejaban en buen lugar, bajo amenaza de demandas. Con semejantes precedentes, Universal creyó encontrar en Sam Taylor-Johnson la persona idónea para volver a contar la historia de la reina de Camden una década después. Tenía sentido. A fin de cuentas, Taylor-Johnson debutó en el cine con el retrato de otro cantante pop de personalidad compleja como John Lennon (Nowhere boy, 2009), ha dirigido numerosos videos musicales y ha tratado el tema de las adicciones en su adaptación del escritor James Frey (En mil pedazos, 2018).