Veintitrés premios son muchos premios para hacer que cualquier gala pueda resultar amena. Y son muchos, inevitablemente, porque los Max reconocen, como ocurre con otros galardones parecidos, los trabajos de todas las disciplinas que cabría englobar dentro del concepto ‘artes escénicas’, y cuyos derechos están gestionados, claro está, por la Sociedad General de Autores Españoles, que para eso es la entidad organizadora de este evento a través de su fundación. Pero he aquí que José Padilla ha conseguido, y esto ya es mucho, que la cosa esta vez no devenga en plomo. El dramaturgo tinerfeño ha sido el encargado de dirigir en su isla natal la gala de la XXVII edición de los Premios Max, que se celebraba anoche en el imponente Auditorio Adán Martín -levantado por Santiago Calatrava- y que estuvo dedicada en su entramado dramatúrgico a una de las glorias literarias de Tenerife: el poeta y dramaturgo Ángel Guimerá.
La verdad es que no lo tenía fácil Padilla: al escollo de la cantidad’ de disciplinas que hay que premiar se suma el de la ‘dispersión’ geográfica en la exhibición de las mismas, ya que la SGAE se divide en demarcaciones territoriales y se intenta que todas ellas, de un modo u otro, estén representadas. Esto hace que el interés que suscitan algunos montajes para según qué espectadores sea más bien escaso, porque incluso personas como el que escribe estas líneas, que se pasan media vida metidas en los teatros, no saben a veces nada de muchas de las propuestas que cada año llegan a la fase final, por la sencilla razón de que no se han visto en la ciudad en la que uno trabaja –en mi caso, Madrid- o en sus proximidades.
No obstante, el azar o el jurado han querido que en esta edición abundaran los premios a espectáculos que sí que han estado programados en Madrid y que un servidor, por tanto, conoce bien.
Así ha ocurrido, por ejemplo, con Eléctra, un extraño, acertado y divertido experimento formal en torno a la obra de Sófocles dirigido por Fernanda Orazi que se alzó con la manzana diseñada por Joan Brossa en la categoría de ‘Mejor espectáculo revelación’. La propia Orazi, que también firmaba la versión del texto, se llevó además el galardón de ‘Mejor adaptación de obra teatral’.
Por su parte, Eduard Fernández se impuso a Pedro Casablanc y Rubén de Eguía, como ‘Mejor actor’ por su estupendo trabajo en el monólogo Todas las canciones de amor, una fantástica y entrañable obra dedicada a su madre que está dirigida por Andrés Lima. La ‘Mejor actriz’ fue Natalia Huarte, protagonista de Psicosis 4.48, un duro texto de Sara Kane sobre el desamor y la inadaptación que la autora escribió en un estado de depresión que le llevaría al suicidio poco después de concluirlo. Aunque la función está sobrevalorada, es cierto que Huarte está estupenda, como siempre. Tanto que dejó en el camino a una de intérpretes más premiadas en lo que va de año: Victoria Luengo , protagonista de Prima Facie. Curiosamente, Huarte ha compartido escenario este año con otras dos grandes actrices (Eva Rufo y Mamen Camacho) en una obra de Lucía Carballal titulada La fortaleza que es bastante mejor que esta y en la que se luce todavía más, si cabe Iñaki Rikarte, que traduce en excelencia todo lo que toca allá donde lo relaman (como ha ocurrido en la reciente El monstruo de los jardines para la Compañía Nacional de Teatro Clásico), se llevó el Max a la ‘Mejor dirección de escena’ por Forever, un extraordinario montaje de teatro de máscaras, de enorme complejidad técnica, que no ha dejado de dar merecidísimas satisfacciones a sus artífices. Tanto es así que el director tuvo que volver a subir poco después, junto a Garbiñe Insausti, Edu Cárcamo y José Dault -los miembros de la compañía Kulunka- para recibir de manera colectiva el Max a la ‘Mejor autoría teatral’. El galardón vino a refrendar, como señalaba el propio Cárcamo al recogerlo, que la autoría es un proceso tan importante, difícil y trabajoso en el teatro de máscaras, que carece de palabras, como en el teatro dramático de texto al uso.
En cuanto al codiciado premio al ‘Mejor espectáculo de teatro’, considerado por muchos el más importante, fue a parar a Falstuff. La muerte de las musas, una obra de los inclasificables Macel Borràs y Nao Albet que estuvo enmarcada en una fastuosa producción del Centro Dramático Nacional. Sin ser lo mejor de los creadores catalanes, hay desde luego en esta propuesta talento, sentido del humor, irreverencia y hondura para dar y tomar. El espectáculo se impuso a Prima Facie, Forever, Terra baixa y Todas las canciones de amor.
El actor Jorge Usón fue distinguido como ‘Mejor autor revelación’ por La tuerta, una obra dirigida por él mismo e interpretada en solitario por María Jáimez que recuerda mucho al teatro esperpéntico y cómico de José Troncoso, con el que Usón ha trabajado anteriormente.
La compañía La Maquiné se alzó con el galardón al ‘Mejor espectáculo para público infantil, juvenil o familiar’ con su simpática y tierna obra sobre la vejez y la soledad titulada Estación Paraíso. Y el trabajo de la veterana compañía Teatro Clásico de Sevilla en El público, de Federico García Lorca fue distinguido como ‘Mejor labor de producción’.
Felipe Ramos y Sharon Friedman, por Europa; Adrià Pinar, por la mencionada Falsestuff; y Silvia Delagnau, por Alexina B, se llevaron el premio al ‘Mejor diseño de iluminación’, ‘Mejor diseño de vestuario’ y ‘Mejor diseño de espacio escénico’, respectivamente. El último de estos montajes también fue reconocido en la categoría de ‘Mejor composición musical’, merced a la partitura de Raquel García Tomás. Por su parte, Ladies Football Club, el grandioso, aunque quizá no muy profundo, espectáculo dirigido por Sergio Peris-Mencheta sobre la historia del primer club de fútbol femenino de la historia
En el apartado de danza, Christine Cloux fue elegida ‘Mejor intérprete de danza femenina’ por Corps seul, mientras que, en la versión masculina de esa categoría, Àngel Duran hacía lo propio por su trabajo en COWARDS. La ‘Mejor coreografía’ recayó en los conocidos bailarines y creadores Olga Pericet y Daniel Abreu, responsables de La materia. Y Mont Ventoux, la pieza del colectivo Kor’sia, formado por Joseph Dagostino, Antonio de Rosa, Diego Tortelli y Mattia Russo, se alzó con el galardón de ‘Mejor espectáculo de danza’.
Como ya había anunciado previamente la Fundación SGAE, Nuria Espert sería este año la encargada de recibir el ‘Max de honor’. Lo hizo de manos del director Miguel del Arco, que la dirigió hace una década en el hermosísimo espectáculo La violación de Lucrecia y que le dedicó anoche un cercano, sincero y emocionado discurso. Igual de emocionada y
agradecida se mostró la veterana y grandísima actriz, con el director en particular y, en general, con todos sus compañeros de vida, de viaje y de profesión.
Ciutat dormitori, de Contenidos Superfluos, se llevó el premio de ‘Mejor espectáculo de calle’. El ‘Max aficionado’ recayó en la formación LaTrup (ATU) Troysteatro y el ‘Max aplauso del público’ se lo llevó Señora de rojo sobre fondo gris, de Miguel Delibes, una exitosa producción de Pentación Espectáculos y Sabre Producciones, protagonizada por un José Sacristán que sigue en plena forma sobre un escenario, para regocijo de sus incontables admiradores.
En cuanto a las actuaciones de la gala, por fortuna fueron pocas y breves. Una de las más esperadas era la de Blanca Paloma y St. Pedro, encargados de recordar a los artistas fallecidos a lo largo de este último año. Lo hicieron con la interpretación, correcta pero un poquito fría, del conocido tema Si tú no estás aquí.
Como presidente de la Fundación SGAE, Atonio Onetti, pronunció un positivo discurso -ambientado con un piano excesivamente veloz y sonoro- en que quiso dar gracias, sobre todo, al público que acude al teatro y en el que hubo hueco asimismo para condenar el acoso en el ámbito de las artes escénicas y en la sociedad en general.