Me piden que ponga nota a los protagonistas de la semana y hoy sacan sobresaliente Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, por el acuerdo sobre el Consejo General del Poder Judicial. Hay que ver lo difícil que es hacer centro y consenso en España. Tanto, que hasta los protagonistas del acuerdo tienen que hacer chanza y burla del otro, y disimular que han pactado, y justificarse. En el siglo XVII escribía Diego López: «Ay muchos hombres que no tienen provecho alguno en quanto la república está pacifica y ay paz y quietud entre los ciudadanos, y procuran despertar bandos, discordias, guerras, alborotos y dissenciones, porque mediante estas cosas se hazen ricos con el daño público». En la enorme brecha entre PP y PSOE beben los extremos y otras especies peores, como Bildu. La lista de los desastres desatados alcanza al Senado, la Fiscalía, el Constitucional, RTVE, Banco de España o la financiación de las CC AA. Las ofrendas de Pedro Sánchez al ídolo extremista incluyen una amnistía temeraria, nombramientos fiscales vergonzosos, rupturas diplomáticas, discriminaciones autonómicas y amenazas a periodistas y jueces.
Evidentemente, esto no es culpa de los dirigentes, o no sólo. Son las huestes de seguidores las que exigen radicalidad y enfrentamiento: por eso tienen que justificarse los que alcanzan acuerdos. Y los medios a menudo jaleamos esta división del mundo en blancos y negros. El sistema democrático actual tampoco favorece la prudencia, me temo. Para empezar, limita el plazo de propuestas e intervenciones a los cuatro años de legislatura y estimula las decisiones cortoplacistas. Y en segundo lugar, la fragilidad del poder impulsa decisiones populistas. ¿Qué necesidad tenía Macron, por ejemplo, de meter el aborto en la Constitución, si muchos elementos de centro lo rechazaban? Pues, sencillamente, respondía a su deseo de asegurarse cierto perfil de votante feminista. La consecuencia, me temo, ha sido fortalecer a Marine Le Pen. Sólo en la mesura y el acuerdo hay estabilidad.
¿Qué ha hecho Europa frente al auge de la AfD alemana, los flamencos radicales, Melenchon desde la ultra izquierda? ¡Fortalecer la gran coalición de socialistas y populares! Buscar la solidez del centro. Evidentemente, no puede por ello censurarse lo que el voto indica: esperemos que el gobierno de la Unión se de cuenta de que Scholz y Sánchez son el pasado y Meloni es el futuro, guste o no.
En España caben otras políticas, claro que sí. El inmenso centro podría coincidir en inmigración, feminismo, educación, justicia y en Constitución y su defensa, a poco que se esmerase. Pero no hay tal. Quizá porque el gran público sigue pensando que la política tiene que ser una «Weltanschauung» que proporcione todas las respuestas de la vida, en lugar de una forma modesta y común de organizarnos. La política no decide las ideas de la gente, sólo debe garantizar el respeto a todas ellas. Seguramente el mesianismo de la izquierda ha propiciado este «ideal partidista redentor», pero quizá también la derecha ha soslayado debates sociales importantes.
La cuestión es que estamos inmersos en un clima cainita irrespirable y sería bueno recordar aquello de que: «Dos no se pelean si uno no quiere».
No creamos que esto es nuevo. Cristina Alberdi dejó el PSOE en 2003 por las veleidades nacionalistas de Zapatero, que ya había descubierto el deleite de los apoyos periféricos. Alberdi era prudente, elegante, equilibrada, buscaba la justicia. Una jurista culta, gran feminista desde su juventud, ministra de Asuntos Sociales con González. Fue muy defensora del aborto y en eso discrepábamos. La amistad no excluye la diferencia. Cristina estaba horrorizada en los últimos tiempos. Verdaderamente, la época, radical, convulsa, zafia, es de todo, menos su estilo.