“AN es la enemiga de los pobres”, reza un cartel sobre una columna azul a pocos metros de la estación de metro de la Basílica de Saint-Denis. Es día de mercado y el corazón de esta ciudad multicultural a apenas 10 kilómetros del centro de París está en plena ebullición. En los puestos no cabe un alfiler. “Regardez mesdames!”, grita un vendedor que trata de llamar la atención de las clientas que rebuscan entre los montones de camisetas, juegos de sábanas y utensilios de cocina.
Como quien también rebusca entre los transeúntes, François intenta interceptar con octavillas a los vecinos de diversos orígenes que pasean o van de compras por esta calle repleta de comercios. Él y sus compañeros apuran las pocas horas que quedan antes del cierre de la campaña electoral para la primera vuelta de las elecciones legislativas, que tendrá lugar este domingo. A nivel nacional, los sondeos siguen pronosticando una cómoda ventaja para la extrema derecha de Agrupación Nacional (AN) pero el departamento de Seine-Saint-Denis, que compone el histórico cinturón rojo de París, es un bastión de la izquierda.
François, profesor de secundaria, viste boina, camisa y chapa del Nuevo Frente Popular, la coalición de fuerzas de izquierda que se presenta a los comicios. “Aquí mucha gente está preocupada por el riesgo de que la extrema derecha llegue al poder”, explica el hombre de 39 años. A pocos metros, sus compañeros intentan entregar panfletos, pero muchos viandantes pasan de largo. La alta abstención es un viejo caballo de batalla para los partidos en estos barrios populares. En las últimas legislativas de 2022, la participación no llegó al 33% en esta circunscripción. “Aquí la gente no está muy interesada por la política. Se sienten excluidos y que no les importan a los políticos”, dice François.
En un puesto de ropa, una mujer abre los ojos como platos cuando se le pregunta qué piensa de las elecciones. “No, yo no…”, se limita a responder. No es la única. Mientras guarda una bolsa de manzanas en su carrito de la compra, Fatima (nombre ficticio), de 60 años, se confiesa preocupada, pero siente que no puede opinar. “No quiero hablar de cosas de las que no sé. Es algo que no sigo”, dice. Explica que no ha logrado inscribirse para votar. Fátima nació en Túnez, pero vive aquí desde principios de los 80 y tiene la doble nacionalidad. “Jamás hemos tenido problemas. Nos adaptamos al país en el que estamos. Mi marido y yo hemos trabajado siempre. Mis hijos han estudiado, uno de ellos ha ido hasta a la Sorbona”, cuenta.
Saint-Denis es hogar de un gran número de ciudadanos con doble nacionalidad como Fátima que están en el punto de mira de la extrema derecha, cuya proposición de vetar de ciertos puestos de la administración a estas personas ha hecho saltar las alarmas en plena campaña. Según el Gobierno, hay 3,5 millones de franceses “estigmatizados” por esta propuesta, defendida por el joven presidente de Agrupación Nacional, Jordan Bardella, que nació en el seno de una familia de origen italiana en Drancy, en el departamento de Seine-Saint-Denis.
El líder ultra vivió con su madre divorciada en Saint-Denis, a apenas 500 metros de este mercado, en un complejo de viviendas sociales construido en los años 60 que se llama Gabriel-Péri, periodista y miembro de la resistencia francesa fusilado en la Francia ocupada por los nazis. Durante su ascenso meteórico en las filas de AN, hubo una época en la que el protegido de Marine Le Pen aprovechaba cada ocasión para resaltar sus raíces en los suburbios como germen de sus convicciones políticas, presentándose como un superviviente de una ciudad peligrosa, plagada de drogas e “islamismo”. En un mitin en 2019, aseguró que Seine-Saint-Denis estaba viviendo una “sumersión migratoria” que podía ser un presagio de lo que le esperaba a Francia.
Pero la baza del ‘chico de los suburbios’ no convence a muchos habitantes que siguen cargando con el estigma y ya han oído de todo. No convence a Rachid, encargado de un bar en el centro que sirve de punto de encuentro a los vecinos. “Nadie ha visto a Bardella aquí. Lo que dice de los traficantes de drogas no es verdad, ese era un barrio muy tranquilo”.
Tampoco convence a Sofia Boutrih, una abogada que conoce el vecindario como la palma de su mano. “Yo nací y viví en Gabriel-Péri y nunca lo vi”, dice Boutrih. Remarca que Bardella estudió en un instituto privado al otro lado de la ciudad. También pasaba algunos días con su padre en una zona acomodada al norte de París, lejos de Saint-Denis. “Todas esas dificultades como la discriminación o la violencia que pudo vivir no tienen que ver con la realidad. Saint-Denis es una ciudad muy rica, tiene más de 170 nacionalidades. Y el problema del tráfico de drogas no se puede parar sin inversión”, señala la mujer de 35 años, que milita en el Partido Comunista Francés (PCF). “Bardella tiene una ideología muy racista sobre un ejemplo de vida que no es la suya. Es la ideología que Agrupación Nacional le enseñó, porque se metió muy joven allí”.
“Hay mucha gente que vive en la banlieu, pero no pasa tiempo en la banlieu”, sentencia Hamidou fumando un cigarro en una terraza frente a la joya gótica que es la basílica de Saint-Denis. Cuenta que ha sido animador infantil y entrenador en el barrio y tampoco ha visto nunca a Bardella allí. Hace mucho que no escucha sus discursos. “Lo único que tiene claro es que los franceses van primero y que la inmigración es una desgracia para Francia. Pero, ojo, la izquierda también lo dice a su manera”.
Hamidou tiene 38 años. Como muchos habitantes de Saint-Denis que nutren la región parisina de mano de obra, trabaja conduciendo autobuses de RATP, la entidad del transporte metropolitano. Repite como un mantra su gran preocupación: las barreras que se topan las personas negras a la hora de progresar en el trabajo. “Mírame, aunque soy francés, cuando la gente me ve, ve a un negro, no a un francés. Y es injusto, porque yo no elegí nacer aquí. Pero sé que no somos todos iguales”. Desparrama su desencanto con el Gobierno y los partidos. “Nos venden sueños. Cuando te sientes traicionado, no te queda más remedio que confiar en extraños. La gente necesita un cambio. Macron no ha hecho lo que debería y favoreció a la gente rica”.
El 93, como es conocido Seine-Saint Denis, es el departamento más pobre de la Francia metropolitana. “Lo que necesitamos es igualdad republicana”, dice Sofia Boutrih. Según un informe parlamentario presentado el año pasado, los recursos se tambalean en sanidad, justicia, seguridad mientras que las desigualdades están aumentando en la escuela.
El departamento aún resiste a la extrema derecha, pero el partido de Le Pen y Bardella creció hasta el segundo puesto, con el 16,89% de los votos, en las elecciones europeas, muy por detrás de la izquierda de Francia Insumisa –aunque la alta abstención distorsiona cualquier análisis–. Daniela, que distribuye octavillas para otra candidatura del espectro de la izquierda, cuenta que es la primera vez que se topa con residentes que dicen abiertamente que apoyan a Agrupación Nacional.
Stéphane Peu, miembro del Partido Comunista que se presenta bajo el paraguas del Nuevo Frente Popular, charla con algunos vecinos en la puerta del mercado. Una mujer que trabaja como educadora se acerca con su carrito y le dice: “¡Yo le voto!”. La campaña de Peu, como la del resto de candidatos de la alianza de izquierdas, orbita en torno a la necesidad de detener a la extrema derecha. “Si Bardella llegara al poder, los habitantes de Seine-Saint-Denis serían los primeros en la lista de sus medidas racistas”.
Su compañera Boutrih, cuyos padres son marroquíes, coincide. “Somos el mejor laboratorio. Si hacemos todo lo que quiere proponer Bardella en la ciudad que dice amar, nadie podrá trabajar ni vivir con igualdad, Las discriminaciones van a explotar. Si todos las personas extranjeras y con doble nacionalidad se van, Saint-Denis será una ciudad muerta”.
Si algo tienen claro Rachid y Hamidou es que no depositarán en la urna la papeleta de la extrema derecha. Tampoco lo hará madame Moukoko. “El voto es secreto, pero el que habla de los extranjeros, Bardella, no tendrá mi apoyo”, dice esta mujer de 54 años. Nacida en Gabón, llegó como refugiada a Francia y ya lleva aquí 25 años. Después de mucho tiempo, consiguió la nacionalidad.
Madame Moukoko transporta palés y contenedores en el aeropuerto, un trabajo que combina con otros, como conducir camiones cisterna. Se enciende cuando al hablar de los discursos xenófobos, no los soporta, no le entra en la cabeza. “Cuando los escucho hablar de los inmigrantes, me duele. Yo misma pasé por eso, no quiero impedir que otros vengan. Nunca podré aceptar el racismo”.