Christopher Simpson es lo que podríamos calificar como un alma inquieta. Su hiperactividad y versatilidad artísticas lo han llevado a posicionarse en el panorama musical alternativo de Cuba en los últimos años, ya sea asumiendo distintas funciones al frente de su banda Elevación, como desplegando de forma independiente su abanico de talentos: compositor, vocalista, pianista, violinista, productor musical, arreglista, presentador y, además, director de sus propuestas audiovisuales.
Entre las más recientes creaciones de él y su grupo se encuentra Tiempo de vencer, pieza musical especialmente compuesta para acompañar a la delegación cubana que participará en los venideros Juegos Olímpicos de París. Sobre ese gran desafío que asumió y otros proyectos de su carrera profesional, Juventud Rebelde dialogó con el joven artista.
—¿Cómo surgió esta propuesta musical?
—Fue un tema que me encargó el Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (Inder). Me llamó el realizador del videoclip Rolando Almirante, que está al frente de la campaña visual que va a acompañar a nuestra delegación. Consideraron una buena idea que yo estuviera a cargo de esta canción por trabajos anteriores que había hecho y por el estilo que en muchas ocasiones he empleado, sobre todo en los tratamientos de la instrumentación con una sonoridad épica y con temáticas que versan sobre el optimismo y la superación personal.
—¿Qué te inspiró esa canción?
—Me inspiré en el toque de las percusiones con estilo épico y en la onda medieval. Esto también te da un corte muy clásico a la hora de hacer la música. A partir de esa base, construí una melodía que fuera muy coral. Siempre pienso en lo coral, porque es algo que las personas fijan enseguida; cuando escuchas muchas voces, aunque a lo mejor no te aprendes la letra completa, de alguna manera atrapas algunas nociones del tema, y en este caso la intención es que al público se le quede pegada la frase «anunciando el tiempo de vencer».
«Sobre ese verso fui creando toda la letra, la cual escribí de conjunto con Jorge Sáenz, un gran amigo y saxofonista de Elevación. También evoqué momentos de mi vida en los que he tenido que superarme. Al final creo que la canción trasciende incluso el deporte, pues las olimpiadas son una prueba de resistencia y capacidad de quienes participan en ellas. Asimismo, representa un llamado de motivación para que los deportistas se puedan superar y para que nosotros también estemos apoyándolos de la mejor manera».
—¿Qué otros llamados haces con Tiempo de vencer?
—Es una canción que apela mucho a la individualidad, a que el deportista se sienta bien consigo mismo y ponga a prueba sus capacidades en pos de ganar. También trata de que llegar a la meta nunca ha sido fácil, pero que lo más importante es saberse levantar. Eso es lo que nosotros queremos hacer llegar a todas las personas a las que estemos apoyando en este proceso durante las olimpiadas.
Christopher es graduado del Conservatorio Amadeo Roldán y del Instituto Superior de Arte. En su carrera profesional mucho aportaron las agrupaciones Mezcla y La Barbarie Semiótica. «Son grupos musicales muy diferentes, con directores con dinámicas diametralmente opuestas», nos dice el joven violinista y pianista.
Y agrega que «Mezcla se ha caracterizado por contar con muchas generaciones de músicos reconocidos. Pablo Menéndez es un artista muy metódico, con mucha escuela; te brinda mucha información. Recordemos que es hijo de una de las exponentes más importantes de la canción protesta norteamericana del siglo XX, Bárbara Dane, entonces por ahí podemos entender los inicios de Pablo y su relación con Cuba, adonde vino a vivir desde muy joven. Él, además, fue parte del Grupo de Experimentación Sonora.
«Con una base como esta podemos esperar que tiene mucho que aportar, y con él realmente aprendí mucho. También en Mezcla está Octavio Rodríguez, para mí uno de los más importantes defensores del canto y la percusión en la música folclórica y afrocubana, en el ámbito nacional e internacional, de quien igualmente aprendí mucho.
«Eso es algo con lo que me quedo para toda la vida. Además de que coincidió en un momento en que estaba inmerso en la música clásica, no conocía tanto el medio de la música popular. En la escuela no nos la enseñan prácticamente y creo que esta incluso te ayuda a entender más la música clásica».
El joven músico estuvo con Mezcla como violinista de 2014 a 2018 y de ese grupo se llevó muy buenas experiencias. «Pablo fue como un mentor en mi primera etapa; incluso, hizo las notas discográficas de mi primer álbum Absolución, con lo cual le estoy eternamente agradecido.
«Con Ray Fernández trabajo desde 2017. Él es completamente distinto, es una persona impredecible. Los dos primeros meses con él fueron bastante intensos. Yo estaba ahí cazándole la pelea a las canciones, porque con Ray no se ensaya, además de que los temas nunca se hacen igual, lo que pasa es que ya nos conocemos. Al llevar tanto tiempo tocando con él ya uno conoce la ley de las probabilidades, las múltiples formas en las que puede hacer las canciones.
«Formar parte de La Barbarie Semiótica representa un entrenamiento constante de la improvisación. Ray es una persona que tú no puedes encasillar en cuatro compases; aunque puede desdoblarse, sigue prefiriendo la “barbarie”, y ello me ha aportado muchísimo. Ray, como persona, como amigo, tiene unas bases tremendas. Para él, el grupo es su familia.
«Me ha ayudado a desinhibirme de maneras impensables para mi carrera, tanto como violinista como en mi banda. Me ha aportado recursos para interactuar con el público y también el conocimiento sobre la trova tradicional, la nueva trova, la música de la década prodigiosa. Todo ello me ha servido para incorporarlo a mi repertorio y me ha ayudado a construir mi perfil artístico, tanto así que ahora mismo no tengo planes de dejar de tocar con él. Pretendo simultanear el trabajo con La Barbarie… con todo lo que tengo».
—Tus más recientes proyectos…
—Uno de mis últimos trabajos y que más satisfecho me tiene es la colaboración con Eduardo Corcho. Él es un buen amigo, excelente laudista, graduado de los tres niveles de enseñanza, con una formación tremenda y una técnica impecable; es un virtuoso de su instrumento. También es creador y tiene muchas cualidades como intérprete que admiro.
«Cuando yo estaba produciendo el disco Búscame tú de Annie Garcés —con el que obtuvo premio Cubadisco en este año como productor musical—, le propuse incorporar el laúd en algunos temas, porque me gusta como suena, tiene un timbre interesante, y yo soy de utilizar lo que haya a mi alrededor para lograr un resultado determinado.
«Así fue como empezamos a trabajar. Yo le di algunos tips de cómo interpretar, porque el laúd tiene unas maneras muy propias de sonar, más cercanas a la música clásica, de concierto, o al punto guajiro. Entonces quisimos sacar el instrumento de ese contexto e insertarlo en una ejecución más “popera”, parecida a los solos de guitarra. En este empeño partí de mi propia experiencia como violinista, en que a veces trato de sacar el violín de su entorno meloso, para darle más energía a su ejecución.
«Me considero un músico capaz de poder entender cómo funcionan ciertos códigos y poder llevarlos y traducirlos a mi instrumento de una manera efectiva. Y así mismo hice con Corcho, que además es una persona que entiende a la perfección lo que yo intento hacerle llegar. Esto nos ha funcionado; lo hicimos en el disco de Annie y el resultado fue hermoso.
«Ahora estoy consolidando ese trabajo con mi propuesta como solista, un poco alejada de la tímbrica roquera, pero sin perder de vista el género y utilizando otros instrumentos para hacer esta misma música. Fruto de esto es mi más reciente single, que se llama Yo quiero más, ya disponible en todas las plataformas digitales y que pronto tendrá un videoclip».