Estamos en 1991, España baila lo que le echen siempre que sea en forma de cachitos de hierro y cromo empalmados con cinta de celo y alguien amenaza a otro alguien con cortarle los dedos. Uno a uno. Chas, chas. Adiós manos; hasta la vista falanges. Por si no ha quedado claro, el primer alguien abre el cajón del escritorio de su despacho y, sorpresa, exhibe un reluciente revólver plateado. Sólo lo enseña, no lo empuña. Aún no. De momento, sólo dedos. Aunque también es verdad que sin dedos es probable que se acaben los fajos de billetes, los beneficios millonarios y el éxito como de otra galaxia. Luego llegarían los paquetes de cocaína, los sicarios mexicanos como recién salidos...
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