De Juan Antonio Samaranch Torelló , el factótum de la Olimpiada del 92, a Juan Antonio Salisachs , actual vicepresidente del COI con muchos indicios favorables para que ocupe en un futuro no muy lejano la presidencia del olimpismo internacional . El apellido Samaranch pesa: «No sé si es difícil ser hijo de mi padre, pero sería mucho más difícil no serlo», confiesa en el Círculo del Liceo. Samaranch Salisachs (Barcelona, 1959) afronta los Juegos parisinos en un contexto de confrontación de la sociedad francesa y con un centenar de conflictos en todo el mundo. Las tecnologías, observa, «nos han hecho más localistas y preocupados por nuestra tribu, incapaces de aceptar ideas distintas creemos que nuestros raseros y valores son superiores». El movimiento olímpico constituye una pedagogía de la excelencia: entendimiento entre diferentes, respeto a unas reglas iguales para todos. Los Juegos Olímpicos han de ser la bandera y el escaparate de esos valores: «O somos universales o desaparecemos. Lo que nos hace humanos son las diferencias», subraya Samaranch. Después de los Juegos de Tokio que siguieron tres mil millones de personas en un contexto adverso por la pandemia del covid, cabe esperar que París superará con holgura esa cifra. El COI, advierte su vicepresidente, no puede tomar partido. Competir con respeto significa que los atletas de Rusia y Bielorrusia habrán de convivir con atletas ucranianos y los israelíes con palestinos haciendo realidad en el estadio los dos estados. Más de la mitad de los países del mundo (Asia, África y Latinoamérica) están con Rusia, apunta Samaranch: «Nuestra obligación es unir, no tomar partido aunque eso no impide que nos ataquen desde Rusia por occidentalistas y en Occidente nos llamen hijos de Putin». El 25 de julio se cumplirán treinta y dos años de los Juegos del 92, un referente para el olimpismo mundial gracias al esfuerzo de Samaranch padre, el alcalde Maragall, Rodés, Cuyàs o Abad para que la candidatura de Barcelona fuera un éxito: «La prueba es que los Juegos de Invierno contaron en seguida con la aceptación del COI. Pero los hemos dejado pasar y al final se los darán a los Alpes marítimos franceses… ¡con capital en Niza!» concluye irónico.