Había logrado mucho: poder, riqueza, prestigio. Venció a la peste y varias conspiraciones. De pronto, comenzó a jugar y a perder hasta quedarse casi sin nada. Entonces arriesgó la joya más preciada. Como en un poema muy popular del venezolano Ernesto Luis Rodríguez, el presidente Emmanuel Macron, ante la derrota de sus candidatos al Parlamento Europeo, la noche del domingo 9 de junio pasado convocó elecciones legislativas anticipadas. Tal como si gritara “voy jugando a Rosalinda!”. No estaba obligado a hacerlo – así lo había advertido – ni nada va a ganar que no tuviera. Seguramente menos. Se preguntan todos: ¿por qué?
En la Asamblea Nacional francesa (una de las dos cámaras del Parlamento) de 577 miembros, ningún grupo tenía (9.6.2024) mayoría absoluta. Los diputados que apoyaban la política del Presidente Macron (de tres movimientos de centro), constituían mayoría relativa (250), suficiente para aprobar sus proyectos. La oposición se ubicaba a ambos extremos. A la derecha, “Agrupación Nacional-RN” (89) y a la izquierda, “Francia Insumisa-LFI” (75), que casi nunca votaban juntos. A los lados de estos, hacia el centro, “Los republicanos-LR” (62), herederos del gaullismo, y organizaciones de izquierda democrática (76 socialistas, ecológicos, comunistas). Esa composición no debía variar hasta 2027. Por tanto, resultaba conveniente a la coalición en el poder mantenerla, pues de conformidad con la constitución de 1958, el primer ministro y los ministros, que son nombrados (uno y otros) por el presidente, no requieren del respaldo permanente de una mayoría absoluta para ejercer las funciones que les corresponden.
La composición de la Asamblea Nacional, surgida de las elecciones de 2022, permitía al Presidente gobernar a través del Primer Ministro y su gabinete. En realidad, la Constitución de 1958 (y su reforma de 1962) fue elaborada por Charles de Gaulle y sus asesores con el ánimo de dotar a Francia de órganos y mecanismos de conducción “eficaces” para su recuperación (después de la debacle de 1940 y la inestabilidad de la IV República). Corresponde al Presidente nombrar al Primer Ministro y (a su proposición) los Ministros. No los inviste la Asamblea Nacional, que sí puede provocar su dimisión, ante una cuestión de confianza o una moción de censura aprobadas por el voto mayoritario de los miembros del cuerpo. Por otra parte, el Presidente tiene atribuciones muy importantes: como convocar referéndum, disolver la Asamblea, ejercer poderes excepcionales, negociar y ratificar tratados, presentar mensajes a los cuerpos legislativos. Además, preside el Consejo de Ministros.
Por encima de las olas apenas agitadas en la superficie se esconden poderosas corrientes que amenazan las formas de vida de la sociedad francesa. No son nuevas: vienen de lejos y apenas se ha intentado calmarlas. Aunque Francia salió de la Segunda Guerra Mundial como una de las potencias en la nueva organización internacional (más por el empeño de Charles de Gaulle que por su contribución a la victoria) y, posteriormente, realizó esfuerzos notables para reconstruir, fortalecer y modernizar sus estructuras económicas, dejó sin resolver problemas esenciales: la integración plena en su entramado social de algunos sectores segregados (pobres, judíos, repatriados, inmigrantes) y la instauración real de un estado de justicia que permita a todos ejercer sus derechos. Aunque el índice de pobreza extrema es bajo, el de la general supera el 10%. Peligrosa es la desigualdad: 10% de los más afortunados posee 47,1% de la riqueza. Eso provoca tensiones.
En casi todas las democracias existen grupos políticos que fundan su acción en la solución de ciertos problemas (como los dos mencionados atrás) que dividen a la sociedad. Y en momentos de dificultades – proponen soluciones radicales (y contrarias) con el objeto atraer a los descontentos. Tal cosa ocurre en Francia – y también en otros países de Europa – desde hace décadas. Debe advertirse, que los temas varían de uno a otro lugar, aunque por lo general se refieren a asuntos sociales sensibles. En todo caso, esos grupos atribuyen a los planes adoptados o a la incapacidad de los gobiernos (o de las instituciones europeas) el fracaso en la solución y la persistencia de los males. Como consecuencia de sus actividades se pierde el consenso imprescindible para el funcionamiento de modelos democráticos, ambiente propicio para la promoción de proyectos autoritarios. Hoy, casi 50% del electorado francés se ubica en los extremos políticos.
Los resultados de la elección del parlamento europeo no comprometen la estabilidad de los gobiernos, pues no expresan (en principio) una voluntad en tal sentido. De hecho, en Alemania y España los socialistas, derrotados, se mantienen en el poder. Conforme a la constitución (1958), un cambio gubernamental – posible siempre por disposición del mandatario – se impone al final de período o tras una disolución legislativa. En este caso, si los grupos de oposición al presidente alcanzan mayoría, se forma un gobierno “de cohabitación”, como ha ocurrido en tres ocasiones. Sin exigencia normativa ¿por qué Emmanuel Macron cambió de parecer, disolvió la Asamblea Nacional y llamó a manifestarse a los ciudadanos? Los funcionarios de consulta obligada, revelaron, le dieron una opinión contraria. También algunos ministros. Fue, pues, una decisión personal: “la más difícil”, afirmó. Nada nuevo va a ganar y arriesga perder lo que ya tiene ¿Que pesó en su ánimo?
No faltan quienes piensan que Emmanuel Macron, herido en su orgullo por la derrota de los suyos (14,6% frente a 31,4%) en las elecciones europeas (tras una gestión que él considera exhibe balance positivo), decidió animar el movimiento (incontrolable) de las tendencias de la opinión. Como en el poema popular mencionado atrás, “para sacar(se) el clavo / con los nervios alterados”. Nada autoriza, sin embargo, a admitir semejante explicación. En realidad, los resultados finales del evento se acercan a los adelantados por los sondeos (salvo que la caída del oficialismo fue mayor, lo que algunos observadores atribuyen a errores de campaña). Otros creyeron que el presidente, conocedor del póker, tenía un “as” bajo la manga. O acaso “faroleaba”. Su “jugada”, si fuera exitosa podría competir con las mejores de los grandes del filme El golpe (1973). Pronto quedó claro que no la había. Más bien que hacía una apuesta apenas conversada.
En efecto, en su análisis Emmanuel Macron supuso que los candidatos de los grupos que apoyan su proyecto pasarían a la segunda vuelta en una elección anticipada. Creyó que (como acababa de ocurrir) los identificados como de izquierda no concurrirían juntos dada la profundidad de su división. Por lo demás, no tendrían tiempo (una semana) para alcanzar un acuerdo global. Pero, el pronóstico resultó errado: un inusitado movimiento de bases impuso la unidad en ese campo, hecho que dio impulso a sus representantes y dinámica distinta al proceso. Fue un auténtico “deus ex machina”. Ahora, al Presidente sólo le cabe esperar que el temor que suscita la posibilidad de un gobierno de uno u otro de los extremos aumente los votos de sus partidarios. Que “el dado en la noche linda (le devuelva sus) corotos”! Concluida la primera semana de campaña, no parece (sondeos dixit) que esta hipótesis pueda hacerse realidad.
A partir del 18 de julio Francia tendrá, pues, una Asamblea Nacional sin mayoría absoluta de algún partido o coalición. Como no es probable que los grupos integrantes lleguen a acuerdos, su funcionamiento se verá afectado. Por su parte, Emmanuel Macron estará obligado a designar como primer ministro al nominado por el que obtenga el mayor número de diputados. Y como ya el aspirante con mayor opción (del RN) ha indicado que no colaborará con el Presidente en las materias de competencia concurrente surgirán problemas sobre asuntos fundamentales. La situación se mantendrá al menos un año, término legal para nuevas elecciones legislativas, precisamente cuando se observan nubarrones en la marcha de la economía. Por eso, todos concuerdan en señalar que la disolución de la Asamblea resultaba inconveniente: pone en peligro a Francia y Europa (y especialmente a Ucrania). Y también inoportuna: en vísperas de los Juegos Olímpicos y las vacaciones generales.
Se tiene a Francia como país del racionalismo que divulgara a comienzos de la época moderna René Descartes (1596-1650); y también del positivismo que propusiera en el siglo de las luces Auguste Comte (1798-1857). La decisión de Emmanuel Macron del pasado 9 de junio no parece resultado de la aplicación de ninguno de aquellos métodos. Más bien, de un impulso intempestivo. Es difícil atribuirla a un mandatario experimentado, prudente, que actúa tras análisis desapasionados. Pero, es suya. A veces, de tanto admirarlas se adoptan ciertas prácticas de los llamados pueblos de escaso desarrollo, descritas por los autores del realismo mágico.
* Profesor Titular de la Universidad de los Andes (Venezuela).
X: @JesusRondonN
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