La demagogia ha traspasado todos los límites imaginables al hacerse populismo, sobre todo en América Latina. La desinhibida manipulación de las personas, con el engaño más vil, añadido el cinismo, puede hacer y ha hecho grandes estragos en países como Argentina, otra rica nación con promesas de acceder al desarrollo hasta que se encontró con un fenómeno como el del peronismo. Por supuesto, con amplios sectores de la población viviendo en condiciones tan precarias, hubo condiciones para que cualquier promesa populista, irresponsable, improvisada, mentirosa y temeraria, calara en las más profundas convicciones y ánimos del pueblo. Al no haber remediado esta situación a tiempo, el fenómeno se hizo posible y factible. Todo el mundo perdió, incluyendo a los sectores que se resistieron a ceder espacio para compartir las riquezas.
Siempre está presente la tentación populista en toda persona, movimiento, partido y gobierno, pero de ahí a que se convierta en un modo de vida, en un régimen, en un sistema político, hay un enorme trecho, porque esas grandes promesas no tienen sustentación, ni existen los recursos para cumplirlas. Las tendencias populistas no son nuevas, son una patología de la democracia. Pero, si el patógeno es el líder populista que se considera de masas, el desequilibrio original se ubica en la sociedad. ¿Por qué las sociedades aceptan el engaño y le otorgan tanto poder a un líder9
La ciencia política ha tipificado muy bien el fenómeno, consiguiéndole incluso características estructurales en sociedades que han accedido al desarrollo económico, con una mal distribuida riqueza, aunque allí se ejerza una democracia liberal (libertades públicas, separación de poderes, etc.), pero excesivamente formal. Sin embargo, el caso más dramático apunta a sociedades de un muy relativo desarrollo que, viniendo de una exitosa experiencia democrática, no perfecta, pero cumplidas casi todas las grandes metas económicas, como fue en Venezuela, en lugar de los remedios más sensatos para sus males, apostó por lo que resultó el socialismo del siglo XXI, con todas y las consabidas consecuencias, incluyendo una prolongada crisis humanitaria compleja.
Después de 25 largos años, estamos demasiado lejos de alcanzar la calidad de vida que ostentamos en 1998. Ya estos dos únicos gobiernos que han regido el país (aunque pueden considerarse el mismo), se encuentran política y programáticamente agotados: no tienen más nada que ofrecer ni decir. Y los males sociales y económicos adquieren una abismal profundidad porque, en lugar de unas políticas públicas coherentes, inventaron cuantas misiones se les antojó para despilfarrar el dinero.
Aunque estructuralmente ya no hay lugar para más aventuras populistas, queda el morbo, la manía, la propensión a mentir con descaro, a manipular a la gente, sin olvidar la invasión y la intimidación en terrenos personalísimos como la religión y otros sectores que por subsistencia se prestan a ser parte de esta demagogia populista. Por el contrario para generar el cambio debemos luchar contra aquellas corrientes ideológicas que van de extremo a extremo, que buscan la división no sólo entre colaboradores y los empresarios, entre minorías y mayorías, entre hombres y mujeres, sino también entre las familias. Entre todos podemos combatir el populismo fomentando el criterio, pensando y evaluando la veracidad de las cosas. Estamos hechos para pensar, para reflexionar, y para preguntarnos que hay más allá. Gracias a esta capacidad, hemos insistido, resistido y persistido en nuestro trabajo por retornar a la senda democrática, y lo seguiremos haciendo hasta el final.
IG, X: @freddyamarcano
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