En los últimos días algunas cuentas de izquierdas comenzaron a dar en X un espectáculo -llamémosle, generosamente, político- que sembró el desconcierto, el bochorno o la impotencia entre las personas afines, pero ha debido de hacer las delicias del anarcoliberalismo, la ultra derecha, la derecha ultra, la extrema derecha, los desgraciados que se han quedado sin fiesta, el neofascismo y, en general, toda tendencia cuya memoria sea la de reconocer las aportaciones a la Historia de personajes como Videla, Franco o Mussolini. (Ya dijo Meloni, en una de esas arengas que da en español, invitada por Vox, que la historia de Europa tiene sus momentos mejores y peores, pero que todos ellos la han construido. Una verdad de Perogrullo que entre dientes legitima al fascismo italiano, al franquismo español o al nazismo alemán frente a aquellos que optaron por configurarse como un Estado de Derecho, les haya ido mejor o peor en sus propósitos).
En X se desató una pelea masiva en la que daba hostias y recibía zascas hasta quien menos te lo esperabas. Para cualquier persona que no esté muy metida en los entresijos de las distintas facciones, particiones, escisiones y clanes de las formaciones de izquierdas, era difícil saber quién había dado el primer golpe y por qué, apenas se acertaba a distinguir un nombre, una cara, un ex cargo, un periodista, en ese escenario público que daba mucha vergüenza porque parecía una de esas viñetas de cómic donde quienes pelean acaban convertidos en una gran bola informe de la que sólo salen rayos y onomatopeyas. Con la que está cayendo. Tampoco importa tanto saber quién empezó, siempre hay un matón que prende la mecha y cada bando asegura que fue el del otro. Mucho más difícil entender qué estaba pasando para cualquiera que no sepa quién es quién en X, a quién pertenece tal cuenta o tal otra. Lo único que se podía deducir es que eran fans de Sumar contra fans de Podemos, o viceversa. El nivel de violencia verbal, odio, rencor, mala baba y acusaciones lanzaba a quien recalara por allí -que no tiene por qué estar al tanto del who is who- de la curiosidad a la desmoralización, pasando por la vergüenza y la pena. Ha sido la representación más explícita y desagradable de las consecuencias de esa división de las izquierdas. Leyendo unos ataques y otros, sumados (esta vez, sí) a la crispación que provocan las derechas (más o menos ultras, pero ultras al fin), se puede comprender la desafección política del 40% de la ciudadanía española, que sólo beneficia a esas derechas ultras.
Mientras en X vuelan de izquierda a izquierda palabras como dardos, los ultras de las derechas, los neofascistas, siguen tomando posiciones. El presidente argentino, Javier Milei, aterrizó de nuevo en Madrid para ser premiado por la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso. Uno y otra se despacharon a gusto en sus discursos, en sus saludos desde el balcón de la Antigua Casa de Correos y en la mascarada de la llamada Cena de la Libertad, que la madrileña ofreció al argentino como provocación al Gobierno y como pulso a su propio partido, empezando por el hecho de que Feijóo ni siquiera fue invitado.
¿Qué hacían mientras tanto las izquierdas españolas? Pelearse en X como en la cantina de una peli del Oeste: todas contra todas. En el Casino de Madrid debieron de echarse unas buenas risas a los postres, pero no tiene ninguna gracia y puede tenerla aún menos. Cierto que es difícil construir las izquierdas entre tanta injusticia naturalizada, desequilibrio sistémico y desajuste estructural: la monarquía, la iglesia, el régimen del 78, el patriarcado, el especismo, la economía ultraliberal, los medios de comunicación, los conflictos geopolíticos. Pero deben las izquierdas decirse basta y ponerse una vez más manos a la obra. Su naturaleza es caer y levantarse porque las izquierdas son las verdaderas fuerzas antisistema, una lucha de David contra Goliat. Se ha puesto de moda llamar antisistema a los ultras, o, más bien, los ultras se autodenominan así porque confunde bien y complace mejor a las personas desafectas: si el sistema te falla, has de volverte, conmigo, contra él. De ahí que, en Italia, la inmensa mayoría del voto a Meloni proceda de la clase obrera y de la clase media baja. Se dice que Ayuso o Milei son antisistema, pero no: al sistema, que es ultraliberal, le interesan políticos así.
Antisistema han de ser las izquierdas, cuyas ideología y propuestas buscan cambiar este sistema por otro más justo. Pero operan en un terreno hostil: el mercado, la empresa, el dinero. Por muy zafio que sea, el anarcocapitalista Milei se desenvuelve en un terreno propicio, si no propio: el mercado. Por eso su delirio, sus consignas antidemocráticas y antisociales, sus insultos son tolerados por los poderes fácticos del dinero e incluso abiertamente apoyados, como esos poderes demostraron en la estomagante Cena de la Libertad: su promotor, Fernando Monera -que recibe millones en contratos y ayudas públicas, y disparó las ventas de su empresa cuando era alto cargo de Ayuso-, tiene una consultora tecnológica, llamada Open Sistemas, cuyos clientes, entre otros, son, “según su web, multinacionales como Orange, Santander, BBVA, Siemens, Inditex, Sacyr, NTT Data, Microsoft, Talgo, Disa, Iberdrola, Google y Telefónica. También entidades públicas como la Agencia Tributaria, la Universidad Nacional de Educación a Distancia o Naciones Unidas”. Muy antisistema no parece la cosa. En todo caso, no parece que el sistema haya dejado muy tirado a Monera y necesite, desesperado, los espejismos ultras. Más bien, se está forrando. Eso sí, Monera considera que los impuestos son “un robo”, como Milei considera que son “una aberración”.
El neofascismo campa a sus anchas. En el Estado español se pasean sacando pecho los neonazis, le rompen la cara a una antifascista, pegan puñetazos, insultan, intimidan a cómicos, a escritores, atacan a la cultura. En Argentina, Milei ha iniciado un proceso gubernamental de censura y en seis meses ha hundido (más) la economía del país. Fiel al lema de los Fratelli d’Italia, ‘Dios, Patria y Familia’, Meloni ordenó en 2023 a los ayuntamientos italianos que no registraran a las criaturas de parejas del mismo sexo. Ayuso vive de lo público, de lo público se ha enriquecido su familia y homenajea a Milei para no ser menos que Abascal, que hace lo propio con Meloni. ¿Y qué hacen mientras tanto las izquierdas españolas? Darse de hostias en X. Conviene decirse basta ya. La ciudadanía no puede perder el tiempo en las sempiternas guerras intestinas de las formaciones políticas, y menos cuando, a causa de esas guerras (alentadas por el acoso ultra en los medios, en las redes sociales, en los juzgados), unas y otras formaciones han perdido espacio político, apoyo en las urnas. Conviene decirse basta de inmadurez política. Es difícil luchar contra Goliat, pero es imprescindible mantener la dignidad y recuperar la fuerza.
En su discurso de bienvenida a Milei, Isabel Díaz Ayuso se cubrió las espaldas asegurando que apoya el proyecto político del argentino, aunque sea con “matices” (matices que, obviamente, dejó a un lado). Las izquierdas españolas deberían hacer como ella: dejarse de matices mientras los ultras avanzan. Recordar la ideología compartida. Por descontado, abandonar el acoso, el personalismo, el matonismo, el grupusculismo. Valorar que en el Gobierno de coalición se han alcanzado logros sociales de enorme importancia por parte de unas y de otras. Recomponerse, pues, unas con otras. O con otras. Y retomar esa ruta. No hay otro camino.