Tres de las mayores potencias del continente tienen a dos representantes en los banquillos de esta Eurocopa. España (Roberto Martínez en Portugal), Alemania (Ralf Rangnick en Austria) y Francia (Willy Sagnol en Georgia) han exportado a un seleccionador, además de confiarle su propio combinado nacional a un compatriota. La palma de la influencia, sin embargo, se la lleva Italia. Además de Luciano Spalletti, al frente de la «Squadra Azzurra», otros cuatro transalpinos dirigen en este verano alemán: Vincenzo Montella (Turquía), Francesco Calzona (Eslovaquia), Domenico Tedesco (Bélgica) y Marco Rossi (Hungría).
Esta querencia por los técnicos italianos obedecería a una lógica aplastante si consideramos que los ganadores de las últimas Champions (Ancelotti) y Europa League (Gasperini) proceden de aquel país, como el finalista de la Conference (Vincenzo Italiano, de tan patriótico apellido), al que derrotó nuestro José Luis Mendilibar, punta de lanza de una escuela española que reinó en Premier (Guardiola), Ligue 1 (Luis Enrique) y Bundesliga (Xabi Alonso, con final continental añadida). En los otros dos grandes campeonatos europeos, triunfaron Carletto y Simone Inzaghi, que conquistó la Seria A. El «Calcio» fue pionero en la tecnificación desde los tiempos de Vittorio Pozzo, único entrenador de la historia bicampeón del mundo y único también que se ha coronado en Mundiales y Juegos Olímpicos.
Luego, dos de las mayores revoluciones tácticas del balompié llegaron desde Italia. El cerrojo («catenaccio» en la lengua de Manzoni) fue inventado en Suiza por Karl Rappan, pero alcanzó la categoría de bella arte con Nereo Rocco y Helenio Herrera, un apátrida convertido en mito con su triunfante Inter. A finales de los ochenta, Arrigo Sacchi y su epígono Fabio Capello evolucionaron el fútbol total de Rinus Michels (universalizado por Cruyff) hacia la presión alta y la continua permuta de posiciones, conceptos que hoy todavía siguen vigentes.
Sin embargo, el fútbol italiano de 2024 no bebe de esa tradición innovadora y ganadora. A la vigente campeona de Europa, que se juega hoy el bigote contra Croacia, dio grima verla contra España, amontonada en su área sin recursos para cruzar el mediocampo y sin siquiera ese carácter («cattiveria», le dicen, que significa maldad) que episódicamente le ha permitido competir contra rivales de mejor técnica. No emponzoñó el partido Italia ni ninguno de sus defensas marcó el territorio con una rascadura accidental de los tacos o un oportuno antebrazo en tráquea ajena. Si le llegan a quitar sus elegantes equipaciones, nadie habría identificado a la tetracampeona del mundo.