Ha pasado dos semanas de las últimas elecciones al parlamento europeo, de cuyos resultados se pueden extrapolar ciertas conclusiones que, no por previsibles, resultan en algún caso inquietantes. Sin embargo, como ya detallamos en el blog anterior, no es que las fuerzas iliberales amenacen el orden liberal impuesto en Europa. Es exactamente al revés, es el devenir lógico de un orden liberal en decadencia quien nos ha llevado al ascenso del fascismo. Por lo tanto, la primera idea es sencilla de entender. La Unión Europea, y muy especialmente la zona Euro, es un sistema defectuoso desde sus orígenes. Frente a la necesidad de una instancia y presupuesto federal que nos llevara al pleno empleo, los políticos europeos dejaron todo en manos del mercado, al que convirtieron en la entidad más poderosa a la que todo debe supeditarse, incluidas las aspiraciones vitales de la ciudadanía, especialmente de los más débiles y desfavorecidos. Para ello no dudaron en inventarse criterios ad hoc de política fiscal, los límites de déficit presupuestario y de deuda pública, los defectuosos criterios de Maastricht.
La solución fue dejar todo en manos del Banco Central Europeo y unos bancos centrales “independientes”. Anulada la política fiscal todo recayó en la política monetaria. Sus consecuencias ya las conocemos, burbujas financieras e inmobiliarias varias, Gran Depresión, devaluación salarial… Pero hay dos consecuencias que aún no han asumido los bancos centrales. Son los mayores responsables de los últimos episodios inflacionistas; y el sistema bancario europeo, igual que el estadounidense, es enormemente frágil.
Como no quiero dispersarme más, vayamos directamente a las principales conclusiones de los resultados en España. Los dos partidos grandes tienen argumentos para estar contentos. Sin embargo, ambos presentan enormes debilidades. El Partido Popular ganó las elecciones, pero es incapaz de rascar votos en el caladero de la extrema derecha. Con los resultados del 9J, pero también de las autonómicas vascas y catalanas, es prácticamente imposible que alcancen el poder en nuestro país, salvo que el flanco débil del PSOE se agrande en los meses venideros.
El PSOE consiguió unos resultados muy decentes, por encima del 30%, en unas elecciones donde se suele castigar al partido dominante, y tras un ruido excesivo de la “fachosfera” por deslegitimar los resultados del 23 de julio de 2023. Unido a los resultados de las elecciones vascas y catalanas pueden darse por satisfechos. Sin embargo, presenta un flanco débil, la descomposición de la izquierda española, consecuencia en parte de la propia estrategia de Ferraz. Si la izquierda a la izquierda del PSOE no se reorganiza y aglutina a los electores situados en esa franja podrían perder el poder en las siguientes legislativas.Los resultados de la izquierda a la izquierda del PSOE han sido desastrosos. Sumar ya está agotado y Podemos apenas ha superado el 3% de los votos. Un desastre sin paliativos. La ilusión que en un momento trajo Podemos al panorama político español se ha evaporado por arte de magia. Mi análisis, como alguien que ha estado dentro, no busca contentar a ninguno de los responsables del actual desastre. Pretendo, desde la ingenuidad, otra cosa, la necesidad de aglutinar a toda esa izquierda, pero sin ninguno de esos personajes que, desde razones espurias, han acabado con todo ese enorme caudal de ilusión que se generó en su momento. Las razones del fracaso son tres. Dos enormes errores tácticos; y otro error, quizás el más importante, estratégico, derivado en parte del primero.
El origen de todo fueron los resultados de Vistalegre II. Los ganadores no tuvieron la habilidad de incorporar a los perdedores –José Múgica les podría haber explicado la importancia que ello tuvo en las victorias del Frente Amplio–. Los perdedores, por otro lado, no asumieron el resultado de los inscritos, maniobrando desde ese momento contra Podemos. Mal asesorados, decidieron que no tenían cabida en Podemos y montaron un nuevo experimento político, que, finalmente, devino en Sumar. Para ello no dudaron en aliarse con quienes ellos mismos consideraban un lastre para Podemos, Izquierda Unida. Entre medias, Manuela Carmena perdió la alcaldía de Madrid. Hay un aspecto sutil que algunos que se dedican a la política no han entendido aún. Todos aquellos que son vistos por el electorado como traidores a unas ideas, a sus excompañeros o al partido que les dio alas se convierten electoralmente en apestados.
Atónitos a las luchas intestinas entre excompañeros, cuyas diferencias ideológicas eran mínimas, los mejores, desolados, fueron abandonando el barco. Pienso en Pedro Arrojo, en Manolo Monereo, en Nacho Álvarez y en tantos otros. También me acuerdo de José Manuel López, cesado como portavoz de Podemos en la Asamblea de Madrid. Muchas veces, desde Madrid, se imponían listas al margen de los propios inscritos. Pienso en Aragón.
El segundo error táctico fue, y este es un punto de vista muy personal, haber entrado en el Ejecutivo de Pedro Sánchez. Podemos tuvo desde el minuto uno que haber dado el voto a la investidura de Pedro Sánchez, y, desde fuera, haber presionado por imponer sus propuestas. Tres eran las razones que aduje. Primera, en gobiernos de coalición entre partidos que comparten franja de electorado, el partido grande acaba devorando al socio menor. Segunda, Podemos carecía de un aparato mediático, del que sí disponía el PSOE. Tercera, nos iban a dar un ministerio trampa que nos hiciera olvidar de lo importante. Entonces, como ahora, una parte nada desdeñable de la ciudadanía pasaba por enormes necesidades y, en vez de enfocarnos en cómo aumentar el bienestar económico y material de la gente –vivienda, salarios, trabajo garantizado, dependencia, sanidad, educación, …- se perdió mucho tiempo en luchas que apenas aportaban nada electoralmente. Al revés, si, además, determinadas leyes –la ley del sí es sí, por ejemplo– te las boicotean desde el propio Ejecutivo, de la mano de casi todos los mass media, y con la interpretación de ciertos jueces, estás, digámoslo suavemente, “jodido”. Has perdido fuerzas en batallas que al final no deciden el voto, por muy justas que sean.
El tercer error, común a casi toda la izquierda global, es estratégico. Solo se salva Bernie Sanders que, en su intento de convertirse en aspirante demócrata a las presidenciales de Estados Unidos, y de la mano del think tank Levy Economic Institute, sí presentó una alternativa real a los conservadores. Pero la izquierda española y europea sigue ofreciendo recetas dentro del marco estratégico generado por la derecha. Han asumido, sin ellos saberlo, el falso mantra thatcheriano “There is No Alternative” (TINA). La izquierda está contrarrestando las ineficaces e injustas propuestas económicas y sociales de la derecha, pero sólo dentro del marco establecido por ésta. Se admite que es necesario reembolsar el déficit, pero que su coste debe ser asumido por los más ricos, como parte de una reducción general de la desigualdad. Esto sólo busca reorientar la austeridad, en lugar de rechazarla por innecesaria. Al vincular su demanda de mejores servicios públicos con su deseo de hacer frente a la desigualdad, la izquierda corre el riesgo de no lograr ninguna de las dos cosas. Thatcher promovió la idea de que el Gobierno no tenía dinero propio, para hacer que el gasto público dependiera del consentimiento de los ricos. Esto crea una restricción política en el gasto, que no es cierta y que la izquierda repetidamente no logra superar. La izquierda lo que tiene que hacer es rechazar la austeridad por innecesaria asumiendo que un gobierno soberano monetariamente nunca puede quebrar. Bajo este planteamiento, además, podrá bajar el impuesto de la renta al factor trabajo, el impuesto de sociedades a Pymes, y reducir al mínimo posible el impuesto más injusto, el IVA. Por el contrario, deberá sablear a los grandes rentistas y a la riqueza desmesurada de unos pocos individuos y sociedades.
La izquierda a la izquierda del PSOE solo tiene una oportunidad, y ésta pasa por la unidad, desprendiéndose de todos aquellos que, en ambos lados, preocupados exclusivamente por su presencia o no en las listas, han ido inoculando un odio desmesurado a excompañeros de fatiga. Pero deberá ofrecer un programa alternativo estratégico disruptivo “a lo Bernie Sanders”. Todo lo demás será la nada más absoluta.