Llego al feudo atlético elegantemente tarde. El público, mayoría XX, ha traído a una amiga cómplice, un novio embriagado o un padre que empatiza con la pubertad. La idea es compartir, ser feliz , celebrar la vida y no escuchar, al menos durante un rato, sonidos de trincheras y colapso. Morat, que suena a polémica congresista, son cuatro colombianos que parecen amigos , rara avis en la industria del éxito. No sé mucho de ellos y llego elegantemente tarde y con reservas. Arrancan con «Como te atreves a volver», su mayor hit. El nivel de exigencia, de repente, sube de 0 a 100 : ¿cómo mantener la atención de una masa que ha venido, casi casi, para escuchar esa canción? Continúan con «506» y disparan un cañón de confetti, típicamente utilizado en los bises. «Porfa no te vayas», que es buena, y «Sobreviviste», peor, relajan considerablemente a la hinchada, que cambia karaoke por cerveza y piti. Volverán a enganchar, seguro, y sólo son/somos un reflejo del mundo que hemos creado: entreténme o me voy . Una buena presentación de Juan Pablo Villamil, cantante y líder, y «Nuevo vicio», reactivan nuestro frito cerebro de NPC . «Mil tormentas» es la primera que emociona . Una balada acústica absurdamente simple, que no fácil, y un gran, gran cantante, son los argumentos de Morat para vivir del oficio. También constato que, si está bien hecho, no existirá nunca una IA que emocione como un coro de «Uhhs» empalagosamente cantado por un estadio entero, aunque sea el del Atleti. Que, por cierto, suena mal , aunque lo he contado tantas veces en este prestigioso diario que a veces se me olvida que hay que mencionarlo. Sus problemas acústicos, tumba de cualquier técnico, son consecuencia inevitable del diseño estructural , pensado para honrar a la Diosa Redonda y no a cantores colombianos. Por lo que me chivan, debo decir, suena peor aún el de Castellana… El set acústico se escucha mejor, algo que paradójicamente les perjudica. Se escuchan, sorprendentes, varios errores groseros de afinación (¿achacables al sonidista?) y se extiende una sensación de debilidad que la banda no transmitía cuando hacía más ruido. Aún así, en este pequeño aparte brilla Juan Pablo Isaza, que deja una bella versión de «Antes de los 20» con letra renovada, pues ya son 30. Vuelven, ya con batería y sobre una plataforma rodeada de público que ocupa lo que normalmente es el círculo central, con «Aprender a quererte», insulsa pero efectiva , y «Acuérdate de mí», que transcurre entre sospechosos gallos del líder. Parece que no se oye bien (hay aparentes problemas de sonido dentro del escenario), y a ello achaco las dudas. En esta sección desnuda, siempre «litmus test» para un músico, no parecen tan fuertes. En la siguiente, «Yo no merezco volver», cometen un error de amateurs al escoger un tono demasiado grave para la voz de Isaza. No es lógico que tres canciones atrás pareciese el mejor de la banda y ahora, apenas una cerveza, haya olvidado cómo entonar. Terrible momento que empaña un buen concierto. Entonces tiran unos globos gigantes a la pista, varios miles de chicas gritan y arranca la batería de «Tarde», que vuelve a poner las cosas en su sitio : toquecito de Autotune, un tempo rápido, no vaya a ser, y cinco estribillos por canción. El estilo musical es el que es, sin mucho espacio para el análisis o el matiz. Pop-rock, música trillada, un backbeat centenario, armonías diatónicas sencillas y una buena melodía, que es, y siempre será, el 70% del éxito de una canción. En eso son buenos, en imaginarlas, y este cuarteto de colombianos empieza a preparar el final con «No se va» y «Amor con hielo», que sin cambiar nada emocionan; se huele el adiós. Se despiden tras dos horas largas con «Faltas tú», otro éxito popular de estilo. El Cívitas Metropolitano, aburrido corporativismo, se vacía como una discoteca iluminada y las chicas cantan camino del Metro. El ser humano es bueno, aunque algunos intenten que no lo parezca.