Durante una importante parte del día, la realidad de Pedrito cambia. Este niño, de cuatro años, ya no deambula junto a sus padres en las calles de San José, mientras los adultos intentan vender alguna golosina, obtener dinero para continuar su camino hacia otro país en busca de una vida mejor.
Pedrito, a quien cambiamos su nombre para proteger su identidad, asiste desde abril al Jardín de Niños Arturo Urién Galloso, en la capital. En las aulas llenas de colores, números y dibujos, es feliz narrando cuentos, pintando y aprendiendo inglés. Es un niño que transmite su afecto mediante abrazos y se lleva muy bien con sus compañeros.
Francisca Mena López, directora de este centro educativo en avenida 14, en San José, cuenta que el niño es uno de los 15 menores de edad migrantes que se han unido a las clases. Hay cinco en materno y 10 en primaria. Los escolares asisten a la Escuela Marcelino García Flamenco, ubicada al lado del kínder.
Los niños son originarios de Venezuela y Colombia. Tienen edades entre cuatro y 12 años.
Niñez migrante sobreviviente al Darién: un guerrero de 2 años y la risueña de 3 meses
Pedrito se siente mejor cada día y su mamá ya tiene una referencia para que le atiendan en un centro médico y le den tratamiento para sanar sus oídos, que sufrieron ruptura de tímpanos durante la travesía familiar por el Tapón del Darién. Esta la inmensa selva entre Colombia y Panamá que se ha convertido en esperanza o muerte para miles migrantes.
Después de pasar Panamá, Pedrito y su familia llegaron a Costa Rica. Aún no se sabe cuándo partirán. De momento, él recupera su infancia en aulas ticas.
Desde hace más de dos años, Costa Rica es un país de tránsito para miles de personas migrantes que lo dejan todo en busca de una vida mejor. Son hombres y mujeres que emprenden un largo y peligroso viaje junto a sus hijos y familiares: niños, niñas y adolescentes.
Datos de la Dirección General de Migración y Extranjería, revelan que entre el 8 de septiembre y el 25 de octubre del 2022 se detectaron en el territorio nacional 2.745 personas menores de edad (PME) migrantes. En ese momento, la mayoría eran venezolanos que cruzaban el Darién con el sueño de llegar a Estados Unidos.
Casi dos años después, en San José, donde se refugiaban las familias para solicitar ayudas y vender productos como confites, se ven menos personas migrantes. Sin embargo, aún hay algunas acompañadas por niños.
Meses atrás, Francisca Mena matriculó a varios de esos pequeños en el Jardín de Niños. No obstante, cuando empezaron las clases no llegaron. La directora decidió buscarlos en los lugares donde le habían dicho que residían. No topó con suerte, aunque intentó hacer algo más.
“Coordinamos con el Patronato Nacional de la Infancia (PANI) para recorrer esas cuarterías donde la mayoría están viviendo. Iniciamos acercamientos, ofrecimos información y les dijimos que en Costa Rica la educación es gratuita y obligatoria. Que estar en el sistema educativo les ofrece acceso a la salud y comidita en el centro educativo”, comentó Mena, quien tiene apoyo de la Policía Municipal y la Fuerza Pública.
En el proceso, la educadora ha conseguido donaciones de útiles y uniformes. Ella se los entrega a los nuevos estudiantes para que continúen en el sistema educativo mientras estén en Costa Rica. Igualmente, los niños y niñas pueden asistir con la ropa y zapatos que tengan.
Luego de una evaluación, los más grandes se ubican en el grado más afín a sus conocimientos y siguen el plan de estudio con sus pares.
Por ahora, todo ha salido bien, asegura Mena. Los niños que están de paso tienen muy buen comportamiento, expresan su gratitud con las maestras y no han topado ni con discriminación ni bullying de sus compañeros.
La directora destaca lo importante de validar el derecho a la educación que tienen estos niños y niñas quienes, reconoce, en algunos ratos del día acompañan a sus papás en las calles pues usualmente no tienen quien los cuide. En la actualidad, Mena está dando seguimiento a dos adolescentes que posiblemente se integrarán a un colegio mientras estén en suelo tico.
“Tocamos puertas para que nos sigan apoyando. Tocamos la puerta en la Municipalidad de San José y también en la empresa privada porque tenemos recorte de presupuesto del Gobierno.
“Estamos del lado de la buena voluntad y amor al prójimo. Que estos niños recuerden que fueron acogidos y vivieron una realidad diferente cuando pasaron por Costa Rica. Estamos formando habitantes del mundo. Todos somos iguales”, afirmó Francisca Mena, quien cuenta que las ayudas que recibe se las entrega a las familias.
La directora es mamá de un adolescente de 14 años y dice que en cada uno de estos niños ve a su propio hijo. El joven toca violín y tiene grandes planes en el futuro. Francisca Mena confía en que los sueños de la niñez migrante continúen.
Recientemente, se topó con la sorpresa de que Marianita, una niña matriculada en febrero, que no llevaron a clases, se incorporó a materno. La pequeña, de cuatro años a quien le cambiamos el nombre para proteger su identidad, tiene su uniforme y pronto empezará terapia de lenguaje. La pequeña expresa su gratitud con generosas sonrisas.
Si usted gusta apoyar a alguno de estos 15 niños con zapatos, tennis, ropa, uniformes, artículos de limpieza y meriendas, puede llevarlos al Jardín de Niños Arturo Urién Galloso.
Alumnos migrantes en aulas de Costa Rica: ¿cómo deben proceder directores y maestros?
Si bien esta iniciativa es propia de Francisca Mena, La Nación consultó al Ministerio de Educación Pública (MEP) si tienen alguna estrategia o plan para dar sostenibilidad en el tiempo a este tipo de proyectos sostenibles con niñez migrante.
El asesor de Educación Intercultural, Víctor Pineda Rodríguez, confirmó que el MEP tiene la normativa necesaria para atender estudiantes de origen extranjero.
Ese ministerio asegura que cuenta con las orientaciones para atender a estos grupos desde la gestión administrativa y curricular, con base en lo que indica la Ley Fundamental de Educación, que es clara en que “todo habitante de Costa Rica tiene derecho a la educación”.