Un socio de segunda. Así es como Moncloa le está diciendo ahora a ERC que ve al ex presidente de la Generalitat Carles Puigdemont, después de que toda la actual Legislatura haya pivotado sobre la figura de Puigdemont, la amnistía, focalizada en él y protagonizada por él, y los pulsos y órdagos que éste ha planteado de manera continua en el Congreso. Ahora, sin embargo, resulta que el Gobierno se ha dado cuenta de que Puigdemont sobra en la ecuación, lo que es casi como decir que están echando de manera anticipada a aquel que ya ha decidido irse si no le dan lo que quieren. Cuentan en ERC que los mensajes que les hace llegar el presidente del Gobierno para seducirles en la negociación para sacar adelante la investidura de Salvador Illa son una "hipérbole" en el elogio a la supuesta importancia de la alianza estructural del PSOE con ERC y "bochornosos" en lo que suponen de renegar de la negociación que abrieron con Puigdemont para sacar adelante la investidura de Pedro Sánchez.
Moncloa está contando a ERC, según los republicanos, que deben ser conscientes de la importancia del espacio que se les abre en Madrid para jugar un papel decisivo, como el que en su día ejerció CiU. Un relato que falla por varios costados. Por un lado, niega una realidad que es constatable de manera ostentosa en la capital, la de que Junts ya ha vuelto a retomar el papel que tradicionalmente desempeño CiU como vía de canalización en el Congreso de los Diputados de las necesidades de los empresarios y del poder económico. Por ahí, ERC no tiene nada que rascar. Y en cuanto a su protagonismo parlamentario, tampoco, porque sus propuestas están condenadas a decaer si antes no han recibido la bendición de Junts. El partido de Puigdemont, junto con el PNV, son las fuerzas clave para hacer de dique de contención de medidas de izquierda o del programa de la coalición que en la pasada Legislatura sí llegaron a pasar el filtro de las Cortes Generales.
Por cierto, el Gobierno también está intentado ganarse a ERC con el argumento de que tiene delante la oportunidad de apuntarse un gran tanto si se convierte en eje referencial de tradicionales reivindicaciones soberanistas como el pacto fiscal. Es la hora de ERC, proclaman después de que este partido se haya quedado en las raspas en las pasadas elecciones autonómicas. Junts es un "partido desleal", "nunca volverá a dejaros llegar a la Presidencia de la Generalitat", "es el momento de dejar fuera de juego a Puigdemont", "la Legislatura continuará y os daremos espacio para tener protagonismo porque Puigdemont jamás presentará una moción de censura en la que entre Vox"... Ésta es la cantinela que susurran en los oídos de una ERC dividida, sin liderazgo, y en la que no tienen estrategia porque tampoco tienen claro hacia dónde tienen que ir.
Aun así, en el entorno del presidente del Gobierno venden la piel del oso porque ya lo dan por cazado, convencidos de que esta vez volverán a llevar a su terreno a los independentistas, cueste, eso sí, lo que cueste. El debate sobre la financiación autonómica implica un grave desgaste para el presidente Sánchez, pero, en la medida en que no hay próximas elecciones, es un lujo que cree que puede permitirse. Él no convocará generales porque los números no le dan para ganarlas y está seguro de que Puigdemont no tendrá "la valentía" de intentar tumbarle por esa vía.