Traspasar a
Le Normand cuando quiere marcharse al Atlético y cobrar entre 30 y 40 millones, tras seis cursos de alto rendimiento, con casi 28 años y habiendo sido un jugador de coste cero quizá es una operación propicia para la Real, aunque duela. Tratar de sacar algo de dinero -20 ó 25 millones, lejos de los 65 ‘kilos’ de su cláusula- por
Merino en agosto si se niega en redondo a renovar para evitar que salga gratis en 2025 es comprensible, sabiendo que es irremplazable un jugador de ese talento y esa fiabilidad. Ninguna intención de justificar o blanquear esas operaciones, pero es de ley que los gestores miren por las finanzas del club. Y aquí surge la pregunta del millón: ‘¿Necesita vender la Real?’. De un tiempo a esta parte, el mensaje que se desliza sistemáticamente desde el club es que no. Y en estas semanas de preocupación por la posibilidad de que se desmantele parte del bloque que ha llevado a la Real a lo más alto, la cantinela es la misma: no se necesitan ingresos extraordinarios. Pero el histórico del club dicta lo contrario. Desde que traspasó a
Illarra al Madrid en 2013, ha ingresado más de 300 millones en ventas, en torno a 30 por año. Ha realizado seis grandes traspasos de más de 20 ‘kilos’. Y el año pasado no hizo ninguno. En 2018 vendió a Iñigo (32 millones) y
Odriozola (32); en 2020, a
Llorente (20); y en 2022, a
Isak (72). Vuelve a ser año par. El propio club, en su informe de los estados financieros intermedios, cita la posibilidad de “generar excedentes positivos” con algún traspaso este año. ¿Traspasar es conveniente o es necesario?
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