El paisaje impresionista que trepa por las fachadas de Sevilla, punteado de estallidos rojos que a media distancia esbozan en vertical las amapolas o el crepúsculo veneciano de Monet, es el calendario más certero de la ciudad. Ni el almanaque currista de Casa Moreno, donde la vida está congelada sobre la cuenca del capote, ni la caligrafía trianera de Emilio Vara para escribir el nombre de los días señalaítos, ni el ritmo binario de los Patek Philippe del Cronómetro, donde giran las manillas de nuestra historia desde Argantonio, consiguen marcarnos el compás con tanta precisión como las buganvillas cuando derraman sobre la cal su sangre vernal y visten de lunares el verano. Las flores rojas de las tapias que en...
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