Es Morata un futbolista de lágrima fácil, impresionable, demasiado sensible a los contratiempos que suceden a su alrededor, dentro y fuera del campo. Una característica personal que no necesariamente es mala (hay jugadores que rinden mejor desde la melancolía o el victimismo, que se crecen cuando enfrente creen percibir enemigos), pero que en su caso sí es perjudicial. Morata se hunde. No se rebela frente al error. Al contrario, ya no se lo saca nunca más de la cabeza. Si falla un remate o le araña un insulto, se sale del partido principal y empieza a perder otro alternativo contra sí mismo. No deja de correr y trabajar para el colectivo, pero se atormenta y al final se autodestruye. Una...
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