Dinero y felicidad, dos conceptos que son objeto de debate constante. ¿Puede realmente el dinero comprar la felicidad? La respuesta es más compleja que un sí o un no, según un especialista de Harvard.
Cuando se está en la constante búsqueda de la felicidad, se suelen examinar diferentes factores que influyen en esta. En ese sentido, desde Harvard, entienden que la plata suele ocupar un lugar destacado, al ser que se sueña con tener más para alcanzar ciertos objetivos de vida.
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Algunos sostienen que la riqueza y la felicidad van de la mano, otros argumentan que no existe una correlación directa entre ambos. En este contexto, Arthur C. Brooks, reconocido experto en felicidad y liderazgo de la Harvard Business School, emerge como una voz autorizada en el tema.
Su perspectiva realista y pragmática sobre la relación entre el dinero y la felicidad desentraña la respuesta sobre este enigma perpetuo que nos intriga a todos.
Según Brooks, es innegable que el dinero es necesario para cubrir nuestras necesidades básicas. Aquellos que argumentan lo contrario suelen tener suficientes recursos para no verse afectados por las preocupaciones financieras.
Sin embargo, una vez que estas necesidades están satisfechas, el dinero pierde relevancia en la búsqueda de la felicidad, según las consideraciones de Brooks.
Numerosos estudios han intentado determinar si existe un nivel de ingresos a partir del cual tener más dinero ya no aumenta significativamente la felicidad de las personas.
La idea central es que hay un umbral a partir del cual un mayor ingreso económico no conlleva un aumento considerable de la felicidad. Este punto de inflexión dependerá de los gastos y necesidades individuales.
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El error radica en la asociación entre dinero y éxito, que nos lleva a creer que acumular riqueza nos conducirá inevitablemente a la felicidad. Brooks sostiene que son las experiencias significativas, el tiempo dedicado a relaciones interpersonales y el compromiso con causas sociales lo que verdaderamente nos brinda satisfacción y bienestar emocional.
En última instancia, la felicidad no está determinada por la cantidad de dinero en nuestras cuentas bancarias, sino por cómo elegimos vivir nuestras vidas y qué valoramos como importantes.