El efecto más importante, en mi opinión, del resultado de las elecciones al Parlamento europeo de este pasado fin de semana ha sido la disolución de la Asamblea Nacional y la convocatoria de nuevas elecciones para el 30 de junio por parte de Emmanuel Macron.
El presidente francés ha tomado la decisión tras un aumento espectacular del voto de la extrema derecha en su país y en un momento en que la extrema derecha gobierna ya en Italia y en que el Gobierno de coalición alemán presidido por un socialdemócrata ha salido muy debilitado de estas elecciones europeas.
Se trata de una apuesta sumamente arriesgada. No solamente para Francia, sino para toda la Unión Europea. En el caso de que la extrema derecha ganara las elecciones, Emmanuel Macron se vería obligado a dimitir y se celebrarían elecciones presidenciales, que convertirían al candidato o candidata de Rassemblement National en Presidente de la República. El resultado electoral francés multiplicaría el impacto de las elecciones europeas de manera difícil de sobrevalorar.
No es fácil que el Gobierno de coalición alemán pudiera mantenerse, como tampoco lo sería que se mantuviera el Gobierno español. Ni la Quinta República sería ya lo que ha sido desde su fundación, ni tampoco el sistema nacido con la Ley Fundamental de Bonn en 1949. El eje francoalemán que ha sido de manera ininterrumpida la clave de bóveda del proceso de construcción de lo que ha acabado siendo la Unión Europea, lo continuaría siendo, pero en sentido invertido. Y con una fuerza de arrastre muy superior, ya que es bien sabido que es más fácil destruir que construir.
En lugar de ser una garantía de la democracia en el continente europeo, la Unión Europea se convertiría en un club de Estados no democráticos o de lo que se viene llamando democracias iliberales.
El porqué de la decisión del presidente francés no es difícil de entender. Se trata de una apuesta muy arriesgada, sin duda. Pero es más fácil frenar a la extrema derecha en unas elecciones parlamentarias con un sistema electoral mayoritario a doble vuelta, que esperar a las próximas elecciones presidenciales con el clima político en que se ha instalado buena parte del continente europeo.
O se frena a la extrema derecha ahora o será imposible hacerlo en el futuro inmediato. En esto pienso que el presidente francés acierta. Si no se consigue frenar el impulso de la extrema derecha mediante la concentración del voto antifascista en la segunda vuelta, es que ya no es posible hacerlo. Y si no se puede en Francia, no se podrá en Alemania ni en el resto del continente.
Esto es lo que significa la apuesta de Emmanuel Macron. Esperemos que haya acertado.