No cabía un alma. Ni media. Madrid brillaba con otro llenazo y, por fin, el sol sin fisuras. Había ganas. De toreo. La esperanza es un halo que lo llena todo a las siete de la tarde. Ya vendrá la realidad a dejarnos donde sea. El toro, de 611 kilos, el primero, salió despistado, como si le costará, como si se lo supiera. Juan, Ortega, no perdió el tiempo y salió a hacer el quite. Hubo dos buenos y una media. Es otra cosa. Era el toro de Talavante y Talavante supo que el de El Puerto tenía nobleza, recorrido y prontitud. Apostó desde el principio con la muleta en la izquierda y logró centrar la atención de Madrid. Las tandas tuvieron relajo, cadencia, ligazón y temple. Un Talavante mucho más depurado de los últimos tiempos. Gustazo. El animal bajó de revoluciones y Alejandro le cogió la medida con la derecha, muy en la cara, para ligar. Anduvo medido y sincero con el toro en una versión esperanzadora, aunque en algunos momentos faltara apretarse.
Daba igual que la Puerta Grande estuviera a medio abrir porque el cuarto la cerró de golpe y con portazo. Tan flojo, tan falto de casta que se mantenía en pie por una ley de mínimos. La faena de Talavante transitó esas líneas imposibles.
Salió manseando el segundo ya de salida. Por gaoneras y desafiante se puso Rufo. En banderillas el toro ya había cantado la amargura de rajarse. Costaba todo. Hasta llevarlo de un sitio a otro y más le costó cuando Ortega le puso la muleta. Un imposible. Juan abrevió la faena, pero aún así el toro estaba ya rajadísimo. La espada se le fue abajo.
Se protestó el quinto por pequeño, pero el problema mayor era su ausencia de fuerza. Y ya llevábamos unos cuantos. No lo devolvieron y la realidad nos enfrentó a aquella mítica frase de que no hay enemigo pequeño. Fue en el comienzo de faena, nada más empezar, cuando el toro se le metió por dentro y por el izquierdo rebañó a Juan cogiéndolo muy feo. Tenía mucha miga, guasa, complicaciones y peligro por ese pitón. Como lo quieras ver. Por la derecha se encajó con el toro y fueron los muletazos más sedosos que se habían dado toda la tarde. Siempre en el abismo porque el de El Puerto por arriba tampoco quería, pero todo lo que hizo delante de la cara tuvo sabor de torero caro, lentitud, cadencia y belleza extraordinaria. Pasó a la enfermería después.
No tenía mala condición el tercero, pero ímpetu ninguno. Nada de nada. Vamos que no había por dónde cogerlo. Rufo quiso, pero como en el caso de Ortega, aquello no daba opción. Ni media. El toreo así, y más en esta plaza, no se sostiene. Insistió Tomás ante esa nada y no gustó. Ahora, lo que no se puede es corear con sorna, como hizo parte del público, ahí abajo ahí un toro y eso se respeta.
De rodillas se echó Tomás Rufo con el sexto y puede que a la siguiente tanda el animal ya se hubiera rajado. Ruina. Firme y sincero Rufo, que se fajó con él por toda la plaza, barbeando. Talavante se llevó el toro (único) y Juan Ortega la voltereta y el toreo más despacioso de toda la tarde.
Las Ventas (Madrid). 12ªde la feria de San Isidro. Se lidiaron toros de El Puerto de San Lorenzo. El 1º, noblón y con buen ritmo; 2º, deslucido; 3º, desrazado; 4º, bajo mínimos; 5º, complicado; 6º, Lleno de «No hay billetes».
Alejandro Talavante, de burdeos y oro,
estocada caída (oreja); pinchazo, casi entera abajo, descabello (silencio).
Juan Ortega, de grosella y oro, estocada baja (silencio); estocada (saludos).
Tomás Rufo, de malva y oro, estocada baja (silencio); estocada (saludos).