Ramón Piñango tenía una relación muy especial con mamá. Su rol, según mi padre, era detectar cuando mi mamá estaba tranquila, llamarla, contarle todo lo que veía mal en el país, recomendarle un artículo y colgar. Volvía a llamar a los veinte minutos, luego de que el artículo hubiese hecho efecto, y terminaba de decirle todo lo que pensaba. Después de cada llamada de esas, el que escuchaba el cuento era papá, quien le reclamaba a Ramón que para él era muy cómodo venir y alborotar el avispero del análisis sociológico para luego colgar y ponerse a mirar las nubes de San Antonio, mientras criaba sus perros. Lo divertido es que una vez la esposa de Ramón le dijo a mi padre que eso mismo hacía mi mamá cuando lo llamaba.
Yo una vez lo invité, junto al padre Ignacio Castillo S.J., Antonio Cova y hasta Ramón J. Velásquez a una tertulia, para que una Miss Venezuela —que acababa de ganar— se empapara un poco de otras voces, de intelectualidad pues. El caso es que Ramón y Antonio, en vez de hablar del país resultaron ser unos conocedores del Miss Venezuela y su historia, tema al que le dedicaron una hora. La miss me dijo al final, ¿de qué es que dan clases ellos?
Pocos son los invitados que tenía mamá que lograban que nos quedáramos todos hasta el final como con Ramón Piñango.
He tenido la fortuna de trabajar con el profesor Ramón Piñango y, en mis primeros años, tenía miedo de tocar su puerta. Pensaba que por mi juventud no iba a ser tomada en “serio”; y como quienes no lo conocíamos, en las primeras impresiones lo percibía como si tuviese un carácter algo severo.
Pero al tener la oportunidad de participar en varios proyectos con él, me di cuenta que siempre nos incentivó a que cada uno expresara su opinión, sin distingo de la posición que ocupáramos, porque al ser parte del equipo, todos teníamos algo que decir.
En los últimos tres años, hemos trabajado de forma intensa la Cátedra de Liderazgo Responsable, y por ello puedo decir que Ramón Piñango es alguien que vive bajo estas premisas. Prueba de ello, es su generosidad en compartir conocimiento, preparar profesionales, creer en las capacidades de las personas y apreciar los aportes pequeños y grandes.
A lo largo de los años de conocerlo, hay elementos que se han mantenido, como lo es el amor por el país, su forma de compartir opinión en todas las esferas y canales, su agudeza para analizar e interpretar el entorno, su calidad humana, su sentido del humor. Muchos hemos tenido el privilegio de leer, escuchar y conversar con el profesor Piñango. He sido testigo de la admiración que muchos tienen por él, hasta se ha convertido en una tradición la presencia de admiradores en los espacios que interviene.
¡Gracias, querido profesor!
El profesor Piñango posee una humildad que no se corresponde con su trayectoria ni sus títulos académicos. Por lo general, en la academia debemos convivir con la bestia del ego. Es parte del juego. No obstante, ese no es el caso del noble Piñango.
Un día del 2017 me detuvo en el Hall principal del IESA, me preguntó por el avance de mi doctorado y mis investigaciones. Le narré mis vicisitudes en la Universidad Simón Bolívar (era el inicio de la hiperinflación). En mis palabras, Ramón percibió un tono de añoranza por la Venezuela que él vivió y que ya no existe. Me detuvo de golpe. Con tono de autoridad exclamó, “tu generación es de héroes. Admiro lo que hacen. Yo fui un privilegiado. Al salir de la universidad ya tenía tres ofertas de becas para estudiar en el extranjero. A ustedes les tocó más duro, están avanzando y por eso son mis héroes”.
¡El ilustre Piñango! Es obvio que tus logros son el resultado de una mente excepcionalmente aguda, de un talento generacional, pero tu humanismo te imprime la responsabilidad de darle ánimo a los mortales, argumentando que tuviste más oportunidades. Gracias por eso, pero ¡tú eres el héroe!
La entrada Testimonios sobre Ramón Piñango. Escriben José Rafael Briceño, Susana Chu y Víctor Carrillo se publicó primero en EL NACIONAL.