Vivimos tiempos de desasosiego, de polarización y enfrentamiento, en los que parece que las opiniones diferentes sobre la forma de entender el mundo abren abismos de imposible unión entre las personas.
En este clima de división es donde los espacios de unión que aportan la cultura son más necesarios que nunca. Y ninguno para eso como una plaza de toros en día de festejo.
El templo circular de la plaza de toros es el escenario propicio para la celebración colectiva que supone una corrida de toros, una expresión de cultura popular que en su experiencia radical nos hermana a todos durante el tiempo que dura un festejo.
El de derechas y el de izquierdas, el que ve el mundo de una manera y el que lo ve de otra, compartiendo una pasión milenaria que hace que por un rato todos estemos de acuerdo. Incluso en el desacuerdo más absoluto sobre lo que está ocurriendo en la plaza, opiniones apasionadas que nos harán discutir durante el festejo y todavía horas después de terminado, discusiones sin fin que juntan a personas que sin el nexo común de los toros no tendrían ninguna esfera que les uniese.
Ese es el valor de la cultura popular por encima de todos los demás, esa capacidad de unir a los diferentes, en una celebración colectiva que nos hace mejores como sociedad. Por eso el pueblo ha defendido siempre las fiestas de los toros frente a todo, frente a reyes y papas o cualquiera que se propusiera su exterminio.
Y es precisamente por esa capacidad de hermanar a los diferentes por la que algunos están nuevamente pretendiendo acabar con nuestra cultura, porque no quieren espacios en los que nos podamos entender, en los que podamos comprender que siempre habrá mucho más de lo que nos une que de lo que nos separa.
Todo el que haya tenido la fortuna de asistir a uno de esos memorables días de toros en los que ocurre lo excepcional, sabe del poder de unión de una emoción intensa compartida, de la necesidad de abrazarte con el de al lado aunque no le conozcas de nada, de hablar y hablar de lo vivido hasta la madrugada con cualquiera, un sentimiento incontenible que hace que todos seamos, por un rato, uno.
Y a eso acudiremos cada día de esta Feria de San Isidro, siempre con la esperanza de que ese momento mágico suceda, con la expectativa de que lo extraordinario ocurra, de que todo quede en suspenso, de que el mundo durante unas horas, sea mejor.