En esta España centrífuga que nos ha tocado padecer, ser nacionalista es apostar a caballo ganador. Nuestra constitución, a diferencia de la portuguesa, no prohíbe los proyectos políticos insolidarios, los cuales, por si no fuera poco, se ven premiados por nuestro aberrante sistema electoral, para el que un hombre no es igual a un voto. En último término, el discurso nacionalista triunfa porque apela a lo más básico de nuestra condición, que no es tanto el miedo al otro, cuanto el deseo de no compartir lo que uno posee. Porque hoy día, nacionalistas no son en España quienes tratan de defender una identidad cultural propia (más amenazada, de hecho, por la epidemia de la globalización que por cualquier política que...
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