Cuando todavía le quedan siete meses a este intensito 2024, una palabra presenta con fuerza su candidatura a palabra del año, esa que cada diciembre elige la Fundéu: fango. Aunque ya hace años que Podemos la puso en circulación, ha sido el presidente Sánchez quien la ha fijado en la agenda política y mediática, y en las conversaciones de calle, con su insistencia en denunciar la “máquina del fango” en cada entrevista, mitin o carta a la ciudadanía.
Si existe una “máquina del fango” que no reconoce gobiernos legítimos, conspira contra la democracia y destroza reputaciones, estaremos de acuerdo en que hay que hacer algo contra ella. Pero a partir de ahí empiezan los problemas, y no solo qué hacer, dado el temor a cualquier propuesta de legislar la libertad de prensa; la primera dificultad es delimitar el fango, qué medios son “pseudomedios”, qué noticias son manipulación, qué periodistas no merecen ser considerados como tales. El propio Sánchez no da nombres, y de sus mensajes solo podemos adivinar a aquellos medios que publicaron bulos sobre su mujer, sin tampoco nombrarlos directamente, ni establecer categorías fangosas: ¿es igual de tóxico 'The Objetive' que 'El Confidencial'?
Pocos se atreven a señalar o nombrar, y los propios medios nunca se dan por aludidos. El fango siempre son los otros. Siempre eres tú, por preguntar, a la manera del poeta: “¿Qué es fango?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila cenagosa. ¿Qué es fango? ¿Y tú me lo preguntas? Fango… eres tú”. Si me preguntan a mí, o a ti, lo tenemos claro: podríamos nombrar medios, pseudomedios, periodistas y pseudoperiodistas, que se dedican a fabricar o distribuir mentiras a sabiendas. Pero ahora ve y pregúntale a tu primo, el que calienta el grupo de WhatsApp de la familia, qué es el fango, y ya verás con qué seguridad señala a tu periódico favorito.
Decía hace unos días Isabel Díaz Ayuso, quién si no, que “Pedro Sánchez está en la máquina del fango”. Si le preguntan a Ayuso, o a su portero de discoteca Miguel Ángel Rodríguez, seguramente ellos dirían que elDiario.es es pura máquina del fango, un pseudomedio que no reconoce al gobierno legítimo madrileño, y que las informaciones sobre su pareja son bulos. Fácil imaginar qué uso haría Ayuso de una ley contra la desinformación en caso de llegar al poder, lo que vuelve mala idea una norma así.
¿Es una batalla perdida entonces? No nos rindamos tan fácilmente. Leo estos días propuestas razonables para combatir el fango desinformativo, que podrían ser útiles respetando todas las garantías y libertades. Y aún así siempre será un terreno pantanoso, donde es fácil resbalar o hundirse. No digo que no haya que hacer nada, pero en materia de bulos me parece más viable actuar sobre los repetidores que sobre los emisores. Si los bulos triunfan no es porque haya toda una industria que los genera, ni por las facilidades tecnológicas, la IA o las redes sociales; sino porque hay una ciudadanía dispuesta a creérselos y difundirlos, y aún peor: a difundirlos sin creérselos, por mucho fact-checking que hagamos. La mezcla de malestar, desconfianza, incertidumbre y falta de futuro es terreno abonado para que se multipliquen los bulos.
No digo que sea la solución, pero quizás se combata mejor el fango con políticas de vivienda o sueldos dignos que legislando el derecho a la información. Ahí lo dejo como propuesta.