Recuerdo ir al videoclub acompañada de mi madre los fines de semana después de terminar las actividades en el centro juvenil. A pesar de que había miles de películas para elegir, siempre terminaba escogiendo las mismas. Me encantaba verlas una y otra vez. Tenía alrededor de 9 años en ese entonces. Es paradójico pensar que la sensación de felicidad que experimentaba al ir al videoclub ya no la disfrutan los niños de 9 años de hoy en día. Ahora, con todo un catálogo de películas y series disponibles con solo presionar un botón, el videoclub se ha trasladado a casa, pero no es lo mismo. No es lo mismo porque no están Juan y Magdalena del videoclub Valle en Petrer, ni Juan Vicente del videoclub Jaime I en Sant Joan y tampoco los hermanos Manuel y Javier del videoclub Armero en Alicante.