Rodrigo Cortés podría ser un oso haciendo el pino con una mano (¿mano?) sobre una tabla que descansa en el precario equilibrio de una esfera negra mientras sirve el té con su pie derecho a su osezno, pero entonces la portada de su nuevo libro no tendría sentido. También podría ser un mago de verdad, o un gordo de mentira, o un científico enamorado por culpa de la electrodinámica de los cuerpos en movimiento, o un hombre que dibuja figuras geométricas en los campos de cultivo de la Inglaterra meridional para entretener a los parroquianos, o un gusano elocuente con ganas de reescribir el mito del diluvio universal. Podría ser todas esas cosas pero para qué, si ya las ha...
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