Era previsible que un ministro ecopijo educado en el Liceo Francés de Barcelona -a razón de un millón de pesetas por curso-, resentido nieto de falangista condecorado por Franco y criado políticamente en el grupo verde del Parlamento Europeo o asesorando a uno de los cabecillas condenados por el 'procés', con poca ligazón hacia el orbe cultural, ejerciera de todo menos de ministro de Cultura de España. Ha hecho lo fácil, carente de mérito alguno -el mismo que para ostentar una cartera como la que le dieron por el trágala de los pactos- y lo que corresponde a las siglas y la ideología que representa: el sectarismo más espurio. El comunista guay que apela a la «tortura animal» para acabar...
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