Que una cuadrilla esté doblada o hasta casi triplicada ya se sabe lo que significa. Que el costalero vaya fresco durante casi todo el recorrido y que, cuando le toca meterse quiera guerra. Es decir, que ansía escuchar marchas y pasearlas. Esta sobreabundancia en las cuadrillas es en parte la causa de la lentitud de los cortejos. Las juntas asumen que los pasos van a ir casi permanentemente con marchas y esto significa que el ritmo no es igual que el de antaño cuando sonaban solo de vez en cuando. Y ya se sabe que ocurre cuando suena la música, que - salvo honrosas excepciones- el paso se clava y comienza la danza. El caso más extremo de esta pérdida de tiempo se produce en las vueltas o saludos a una iglesia o capilla. Antes los pasos terciaban de manera elegante o reviraban con una marcha y seguíamos para adelante. Ahora no. He leído estadillos de diputados de banda que contemplan: una marcha para llegar, otra para girar, una tercera para la máquina de coser (esa maniobra que hace a los pasos ir adelante y hacia atrás sin sentido) y otra para marcharse. Cuatro marchas a una media de cuatro minutos... te sale más de un cuarto de hora. Esas ceremonias lo único que hacen es acrecentar el espectáculo, concentrar al público que lo busca y sobre todo ralentizar a los cortejos: el gran talón de Aquiles de la Semana Santa contemporánea.