Mi hija cuenta los días para que llegue el 25 de mayo. Ese día, Taylor Swift toca en Lisboa, y allí estará ella. Y también, prestando soporte y cobertura, su puñetero padre, convertido en conductor, alquilador de apartamento, suministrador de alimento y solventador de contingencias, incluidas las producidas por los posibles episodios de histeria. Está nerviosa, y es comprensible: hace prácticamente un año que consiguió su entrada. En este tiempo, la Swift ha sacado nuevo disco, se ha peleado con su antiguo novio y ha recorrido miles de kilómetros en su jet privado, equivalentes a dar 22 veces la vuelta al mundo. Un derroche de ecologismo. El promedio de antelación ahora para adquirir cualquier entrada de concierto de cierta envergadura...
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