Amanece el prado «tapizado de decenas de cadáveres de estorninos» y se despereza Valdeplata, trasunto ficticio de esa otra aldea llamada Valadouro de la que emigraron sus padres hace justo 50 años. «Hay silencio, así que hubo música», escribe. Y vaya si la hubo. Porque atrás quedan horas de fiesta y verbena, de secretos, memorias compartidas y amores reencontrados. El último latido y el primer lloro, hermanados en una noche de agosto que Miqui Otero (Barcelona, 1980) compone y recompone a través de la mirada de una decena de personajes que, a su vez, componen y recomponen su propia vida dentro y fuera de ese valle gallego, dentro y fuera de sí mismos, mientras la música les atraviesa el cuerpo...
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