El Real Madrid ha jugado en Mallorca un partido decisivo para el final de LaLiga
Y, ahora, la semana grande. Manchester City, que goleó en la Premier y después el Barcelona. Se juega el Real Madrid toda la temporada a partir de ya con los dos rivales más poderosos que podía echarse en cara. Por eso el partido en Mallorca fue como fue, una guerra importante, pero, en comparación menor, esa que hay que ganar y a la vez, intentar que el desgaste sea el mínimo. Una apuesta, un riesgo, porque una derrota hubiese dado una emoción a LaLiga que nadie quiere y el choque siempre estuvo un poco que sí y que no, un marcador corto, lleno de peligros. Lo que sentía el Real Madrid lo dejó claro Ancelotti en los últimos minutos. Acabó el partido con Lunin viendo una amarilla por perder tiempo y con Carvajal, Nacho, Rüdiger, Militao y Mendy en el campo. Había que defender el gol como un tesoro, como media Liga. Llegar al partido del próximo domingo con un colchón de puntos que sabe a laLiga, llegar al choque del miércoles con una victoria y buen ánimo.
Porque el duelo de Mallorca era importante, pero el Madrid saltó al campo sin Vinicius, Rodrygo, Carvajal ni Kroos, cuatro futbolistas fundamentales este año, pero a los que Ancelotti dio descanso. Lo mismo que a Militao. Todas las horas previas especulando con la titularidad del brasileño y Ancelotti le hizo jugar sólo los últimos minutos, unos pocos más que los que jugó contra el Athletic, hace quince días, probablemente insuficiente para ser titular en la vuelta de la Champions.
Las bajas y el estilo del rival dejaron a un Madrid corto de ataque, sin opciones de hacer casi nada, sobre todo en la primera parte. Ni siquiera la presencia de Joselu en el área fue un aliciente para que el líder de LaLiga colgase balones en busca de su cabeza, esa solución cuando no hay ideas y tampoco consigue salir la voluntad. No pasó casi nada en la primera mitad. Lo mejor del Madrid llegó por dentro, con la habilidad de Brahim y con los tiros lejanos de Bellingham. Pudo romper el partido el inglés, pero su pelota se estrelló en el larguero.
Fue gol, sin embargo, un tiro lejano de Tchouameni, en la segunda parte, que fue un golpe de alivio instantáneo para el conjunto de Ancelotti. El gol abría la puerta, quitaba miedos, hacía olvidar la pesadez que habían sido los primeros cuarenta y cinco minutos. Eran dos equipos de resaca: el Mallorca con la derrota de la Copa marcada a fuego en su piel, en una semana en la que han visto la Gabarra salir por Bilbao y el Madrid con el esfuerzo de la Champions y con la vuelta tan cercana, tan tensa.
El tiro lejano de Tchouameni, más acertado en el medio, con más decisión que otras veces, cambió la cara al partido. El Mallorca ya tenía que abrirse un poco, mientras celebrabraba y consolaba a Abdon y Ancelotti apostaba por Vinicius para hacer daño y después de que Brahim le faltase hambre para sentenciar el partido tras un pase de Modric. El croata, por cierto, está para hacer cosas en el Etihad.
Vinicius, que se llevó una bronca del estadio, se puso a jugar y no hubo manera de pararle. Si no resolvió el choque fue por milímetros o por ser egoísta en el momento final de algunas jugadas, pero cada vez que tocaba la pelota, ponía tensos a los defensas rivales. Puede no ser el más fino, pero no hay futbolistas en LaLiga con su capacidad de hacer daño.
Sin embargo, no resolvió el Real Madrid y de repente sintió que los minutos se le echaban encima y también el vértigo. Aguirre hizo cambios valientes, Lunin una parada providencial y el Madrid sintió que la tierra se movía. Había que aguantar. Sacó Ancelotti defensas y calmó todo. LaLiga, a un tiro; la Champions, en tres días.
